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Literatura del boom

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura hispanoamericana

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Literatura del boom

Precursores del boom

El repentino interés internacional por la narrativa hispanoamericana que se suscitó en los años comprendidos entre las décadas de 1950 y i960 sirvió incluso para redescubrir a escritores del pasado inmediato que, casi desapercibidos, se habían adelantado a su tiempo o que, en algunos casos, continuaban en una obra silenciosa, pero de innegable valor, al margen de los grupos literarios.

Roberto Arlt y Leopoldo Maréchal, y del mismo modo los uruguayos Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti. Este último empezó a gozar de renombre en cuanto se afirmaron los narradores del boom, sobre todo debido a la atención que le dedicó el mexicano Carlos Fuentes en su breve ensayo sobre La nueva novela hispanoamericana (15)69).

Igual suerte le tocó al argentino Ernesto Sábato, mientras Adolfo Bioy Casares tenía un éxito que fue aumentando paulatinamente en la tradición original del género fantástico.

Roberto Arlt (1900-1942) fue escritor de teatro y autor de relatos reunidos en El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1937), de novelas como El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931), El amor brujo (1932) y Saverio el cruel (1936), además de las interesantes Aguafuertes porteños (1933). Su narrativa nace de la vida y se puebla de una inquietante fauna humana que se mueve entre el cinismo y la violencia, con frecuencia como reacción a la abyección del vivir, en una esquizofrenia lúcida que sólo se satisface en la crueldad.

En su obra, Arlt participa la degeneración de la sociedad; a sus ojos se presenta una humanidad degradada, maligna, cuya única fuerza está en la perversión y en el mal, una humanidad formada por seres que de la vida tan sólo han recibido la capacidad para actuar en las insondables profundidades de lo negativo.

A pesar del valor de su narrativa, de lo incisivo de su estilo, Arlt representó un descubrimiento tardío incluso en la Argentina. Vivió ignorado y siguió ignorado aún después de su muerte, a pesar del éxito de sus crónicas periodísticas; situación que se prolongó hasta 1955, cuando los escritores más comprometidos con la realidad del país hicieron de él un símbolo que contrapusieron a Borges. Contraposición polémica, equívoca en cierto sentido, puesto que Borges también interpretaba una dimensión profunda de la realidad argentina, aunque de una forma diferente.

No cabe duda, sin embargo, de que Arlt, nacido en la pequeña burguesía, estuvo muy presente, incluso mientras permaneció ignorado, en el proceso literario de la Argentina, por la fidelidad al ambiente y al clima de frustración que caracteriza básicamente a la década de 1920. A los narradores que le sucedieron les enseñó una manera nueva de observar la vida, ahondando con un lenguaje aparentemente desleído –como Baroja–, en realidad de gran expresividad, en la sustancia humana de un mundo complicado, gris y confuso. Será éste el mundo que, en parte, harán suyo también Sábato y Cortázar, el de una Buenos Aires babélica, alucinante, podrida, el mundo de los desheredados, los veleidosos y los frustrados, perseguidos implacablemente por el fracaso.

La novela Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Maréchal (1900-1970) es un descubrimiento todavía reciente para la crítica hispanoamericana. La obra sigue siendo, incluso hoy, lo mejor de la narrativa de este autor, por su interpretación del alma múltiple de la megalópolis argentina y la sorprendente novedad del lenguaje. Adán representa al argentino, con su idiosincrasia, sus problemas sin resolver, sus angustias, su inadaptación y sus aspiraciones. Maréchal se convierte en fiel intérprete de la realidad que lo circunda, del individuo en su encuentro cotidiano con las diferentes individualidades, cuyas connotaciones y características transfiere intactas a la literatura.

Transcurridos varios años desde su primera novela, Maréchal vuelve a la narrativa con El banquete de Severo Arcángelo (1965) y luego con Megafón o la guerra (1970). En la primera de las novelas citadas se mezclan los ingredientes habituales característicos de la escritura de Maréchal, en especial el humorismo, la nota patética, un marcado intelectualismo y un ansia metafísica. El monstruoso banquete que Severo Arcángelo se encarga de organizar, y cuya narración afirma recoger el autor junto al lecho de muerte del protagonista, concluye en una afirmación de desarraigo total del hombre, en el triunfo de la rutina y la hipocresía.

Megafón se desarrolla entre una seriedad de intenciones y el juego humorístico e irónico. Según declara el narrador, el protagonista es un muchacho de su barrio, un autodidacta que lucha contra todos y que, una vez descubiertos aquellos que son la causa de los males de la humanidad, decide presentarles batalla. En la narración se mezcla el mito de la mujer ideal que el joven al final encuentra en un burdel de lujo. El fin del protagonista es trágico: es apresado y descuartizado, siendo diseminados sus restos por distintos lugares de la ciudad de Buenos Aires.

De Felisberto Hernández (1902-1964.) señalaremos como su libro más importante la antología de cuentos titulada Nadie encendía las lámparas (1947). que finalmente alcanzó resonancia en años recientes, incluso en el ámbito internacional con traducciones a varios idiomas. Fue un autor que enseñó mucho en cuanto al estudio de la realidad; hábil y eficaz en desrealizar lo real, penetra en una dimensión fascinante donde no rige la lógica. Esto le convierte en un precursor de la narrativa más moderna por su forma de observar el mundo y penetrar en la dimensión del absurdo.

Él mismo afirmó: «Mis cuentos no tienen estructuras lógicas.» Su estilo, aparentemente llano, se corresponde siempre a la perfección con una especie de estado constante de locura tranquila en el que la fantasía se entretiene en construir sus elucubraciones tomando como base datos mínimos de la realidad.

Resurgimiento de la literatura hispanoamericana

El resurgimiento de la literatura hispanoamericana ya se había anunciado con El Siglo de las Luces (1962) y culmina con García Márquez, Vargas Llosa, etc. Algunos de los autores del boom ya habían publicado en los años cincuenta obras importantes, pero el boom vino en los sesenta con los jóvenes.

Desde la publicación de El siglo de las luces (1962) de Alejo Carpentier, La ciudad y los perros de Vargas Llosa y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, se asistió, tanto en España como en el resto de Europa, al desarrollo sorprendente de la novela hispanoamericana, hasta entonces desconocida, pese a su importancia y a su desarrollo. Se trataba de un conocimiento repentino de una novelística que se había desarrollado en su propio aislamiento americano durante años y que daba la sensación de un "boom", de un surgimiento repentino. Se trata también, en buena medida, de un fenómeno editorial en el que tienen responsabilidad editores y editoriales como Carlos Barral y Seix-Barral en Barcelona; Gallimard, a través de la colección Croix du Sud en París y también de editoriales americanas, como Sudamericana y Losada (Buenos Aires), Monte Ávila (Caracas), Siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz y Era (México).

El "boom" no tiene carácter generacional. Lo llenan escritores de diversas edades y países, y frecuentemente con escasa relación entre ellos. No obstante, en lo temático se continúa el desarrollo de temas señalado por la generación anterior: el gusto por la novela de paisaje urbano y los temas existenciales (la soledad, la incomunicación, la muerte), y por una nueva novela rural y sobre todo se consolida la integración de lo fantástico y lo real. Formalmente, se insiste en la renovación de técnicas novelescas a través de la incorporación de técnicas de la novela experimental.

Atendiendo a la edad, se pueden distinguir dos grupos:

Primero grupo

 

Alejo Carpentier (Cuba, 1904-1980)

 

Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1909-1994)

 

Ernesto Sábato (Argentina, 1911-2011)

 

José Lezama Lima (Cuba, 1910-1976)

Segundo grupo

 

Julio Cortázar (Argentina, 1914-1984)

 

Juan Rulfo (México, 1917-1986)

 

Carlos Fuentes (México, 1928-2012)

 

Gabriel García Márquez (Colombia, 1928-2014)

 

Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929-2005)

 

Mario Vargas Llosa (Perú, 1936- )

Estos escritores no han sido catapultados por la grandeza de sus países, como ocurrió en el Siglo de Oro español, sino que ha sido tal vez la decadencia, la desesperanza, la pobreza, la amargura y, en ciertos casos, la derrota lo que ha servido a esos escritores para buscar formas nuevas y sacudir la pereza de la literatura española que vivía sesteando. Han comenzado por revolucionar el lenguaje. El español literario se había hecho demasiado libresco, el suyo quiere ser popular. Han vuelto a hacer uno de la imaginación. Una imaginación desbordante y turbulenta, que no debe confundirse con la invención, pues a veces sus páginas más inverosímiles son las más realistas.

Esta novelística incorpora al Occidente tecnificado un mundo agreste, una sociedad en bruto, una paisaje fresco y grandioso, una sociedad aún en nacimiento, convirtiendo así América en el último paraíso perdido y soñado de la literatura. América es el último continente novelesco. Como dijo algún crítico: “Aquello sigue siendo una epopeya”. Esta nueva literatura de la segunda mitad del siglo XX redescubre de nuevo América para el resto del mundo.

A todos estos autores les separan diferencias grandes, pero hay sustratos comunes, como es el estilo: Vallejo, Borges, Neruda; Quevedo, Góngora, Valle-Inclán; Faulkner, Joyce, Proust, Kafka, Durrell...

Otro nexo común es el carácter poemático de la narración. La estructura total del relato, los procedimientos expresivos, los recursos estilísticos, la sustancia ideológica son más propios del poema que de la narración objetivada: Superposición de tiempos, invertebración de elementos, tiempo circular irreal, enumeración caótica, signos de indicio, violentas transposiciones estilísticas, prescindir del sentido lótico y simple de la palabra (sentido gramatical) para dejar a la palabra sus tres funciones: expresión, ocultación y significación.

Una característica común, además de la preocupación por el estilo, es la preocupación por el tiempo. Hasta esta generación, la narrativa americana había sido una literatura espacial. El tiempo en ella era solo un fluir isócrono, objetivado, para dar ocasión a la fluencia descriptiva. La novela y el cuento eran geografía: el hombre aparece, si aparece, solo como portador de apariencias folclóricas y geográficas.

Hacia la segunda guerra mundial (1939-1945) se despierta en todos los países una generación crítica al estilo de la generación del 98 española; pero es en los sesenta cuando da frutos completamente nuevos, abordando el tema del tiempo y de la realización del hombre dentro de él. En la superposición de tiempos se funda el pasado, presente y futuro, y al ginal queda el tiempo quieto de la muerte (el presente, como el punto geométrico, no tiene dimensión, aunque al transcurrir como este, lo origina). Parecen seguir la máxima de Valle-Inclán: “La quietud es la suprema norma”.

Otra característica es el realismo mágico. Predominio del acaecer imaginario con o por medio de sublimaciones o ahondamientos de lo real, o por medio de procedimientos humorísticos, oníricos o suprarreales. Todo ello sobre un gran sustrato cultural. Toda la cultura occidental se integra en el fluir narrativo mágico-temporal.

Pero son muchas las diferencias entre los autores. Cada autor tiene un distinto talante, tanto cultural como psíquico. En Márquez, sereno y desesperanzado; en Lezama, resignadamente optimista; en Cortázar, amargo, caprichoso y sublevado; en Rulfo, buscador e inquieto; en Carpentier, humor tierno, tétrico y, a veces, hiriente. También les diferencia el trasforndo político de cada uno de sus países.

Hay que tener en cuenta que la poesía ya había alcanzado un esplendor muy grande anterior al boom de la narrativa y su estilo influyó en esta.

LOS AÑOS 60 O DEL BOOM

La década de 1960 fue una década de inmensa creatividad en toda la América latina. Se popularizaron la música latinoamericana, la poesía, la pintura y la literatura, sobre todo la narrativa. Los jóvenes cantaban al ritmo de sones latinos. Surge la canción protesta, la Nueva Trova cubana. La juventud simpatizaba con los grupos de ideología de izquierdas de los países latinos. Los escritores del boom profesaban casi todos una ideología de izquierdas. En Norteamérica surgía el Beatnik. Se perseguía el ideal de construir modelos sociales y políticos que mejoraran la situación de la mayoría de la población menos beneficiada por el consumo. Se buscaba conectar con la presunta identidad común de todos los pueblos del tercer mundo. En este clima se leían con admiración las novelas que trataban de reproducir y desarrollar estos ideales con un estilo novedoso y con elementos distintivos de la vida y la cultura latinoamericanas: la selva, el mito, la tradición oral, la presencia indígena y africana, la política turbulenta, la historia paradójica y la búsqueda insaciable de identidad. Lo "normal" para los europeos aparecía descrito como algo "mágico" para la mirada narrativa, y lo inaudito o lo mágico para la mirada primermundista se describía como una cotidianidad ordinaria. Pero esta generación también había asimilado la influencia de la literatura internacional, así como de la cultura masiva moderna.

En los años sesenta comenzaron las publicaciones de una nueva promoción de autores hispanoamericanos. Estos autores son continuadores que perfeccionan el modelo narrativo del realismo mágico. Coincide en el tiempo con la novela experimental en España. 

En 1962, el mismo año que aparece Tiempo de silencio, se publicaba La ciudad y los perros de Vargas Llosa. En 1967, el mismo año que Volverás a Región, del español Juan Benet, aparece Cien años de soledad de García Márquez. Era el llamado «boom» de la novela hispanoamericana.

Coinciden con el interés de las editoriales españolas y argentinas por recuperar el mercado hispanoamericano. Se publican gran número de obras en España, se traducen a otros idiomas, se hacen adaptaciones cinematográficas de algunas de ellas, participan en tertulias, revistas, etc. La publicidad contribuyó a despertar el interés de los lectores por estas nuevas obras, lo que produjo el “boom de la novela hispanoamericana”. 

 

Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Obra cumbre del realismo mágico.

 

La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes. Cuenta los recuerdos de un político mejicano, que repasa su vida en el lecho de muerte y con ella, la reciente historia de su país.

 

Rayuela de Julio Cortázar. Novela que utiliza innovadoras técnicas narrativas, puede leerse de principio a fin o saltando de unas páginas a otras.

 

La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Describe la vida de unos jóvenes en un colegio militar de Lima.

Aunque cada autor evoluciona y sigue publicando tras el boom se pueden encontrar líneas comunes en la narrativa de este momento, rasgos que caracterizan el llamado “realismo mágico”:

El subjetivismo: el escritor reacciona contra el narrador omnisciente en tercera persona. El narrador adquiere una gran variedad de perspectivas incorporando técnicas como el monólogo interior o la segunda persona narrativa. La incorporación del mundo inconsciente puede producir una falta de lógica, que dé sensación de incoherencia.

Ruptura de la linealidad temporal: se sustituye el tiempo cronológico por el anímico. Se entrecruzan tiempos diferentes, se adelantan o retrasan acontecimientos.

Variedad temática: el tema existencial ahonda en la esencia del ser humano; aparecen novelas de maduración adolescente que critican los modelos dominantes; es recurrente el tema de la soledad, la incomunicación; la sexualidad es el acto supremo de comunicación de ahí que se describa; la muerte que pone en evidencia la transitoriedad de lo humano y resalta el valor de la vida.

Formalmente, la estructura se complica: se muestra un gran interés por la experimentación lingüística; se busca un lenguaje anticonvencional que sugiera más que diga.

EL CUENTO

Junto con la novela, el cuento ha sido un género narrativo ampliamente cultivado en Hispanoamérica desde los años cuarenta. En el relato breve se adelantaron las innovaciones desarrolladas en las novelas de los años sesenta.

Temáticamente mostraban el reflejo de las condiciones sociales de un país, una reflexión sobre el problema del tiempo, descripciones de ambientes sórdidos, obsesiones por el problema de la identidad humana o la expresión de una realidad multiforme.

Los narradores de los años cuarenta y cincuenta han sido grandes cultivadores del cuento. Destacarían figuras como Borges del que se dará relevancia a sus ficciones, cuentos de gran originalidad estructural y desenlace insólito como Ficciones o El Aleph; Juan Rulfo en El llano en llamas o los relatos de Alejo Carpentier en Guerra del tiempo. Es de resaltar la figura de Onetti que es capaz de reproducir en sus relatos cortos las características básicas de sus novelas como en Tiempo de abrazar o Tan triste como ella y otros cuentos.

Durante los años sesenta muchos relatos cortos han pasado inadvertidos dada la importancia de las novelas del boom, cultivados por los mismos autores. Es el caso de Julio Cortázar, que muestra en sus cuentos una realidad compleja que suele aparecer parodiada. Destacan los reunidos en Bestiario o también Mario Benedetti, que suele mostrar la vida diaria y las circunstancias políticas de su país desde una postura comprometida y cercana al lector gracias al empleo de un lenguaje sencillo y coloquial, como sucede en Montevideanos o Con y sin nostalgia.

Desde los años setenta, el cuento ha sido parte importante en la narrativa de Augusto Monterroso, Antonio Skármeta, permanente observador de la vida cotidiana en libros como El entusiasmo y Tiro libre y como la chilena Isabel Allende autora de Los cuentos de Eva Luna.

La resaca del boom

La sombra de los autores del boom ha condicionado a las generaciones posteriores, que en muchos casos no han podido sustraerse a su influencia, patente también en muchos novelistas españoles de esos años.

El boom dejó un terreno favorable en editoriales y público para la multiplicación en años posteriores de autores y títulos, a veces de forma indiscriminada. Las editoriales aprovecharon el tirón con un constante lanzamiento de novelas. Fue la resaca del boom.

En la narrativa el autor asume su papel de comunicador en una sociedad regida por los mass media, desplaza su producto estético de un punto central y privilegiado y lo sitúa al mismo nivel que otras comunicaciones, como el cine, la televisión, el cómic, el pop, lo camp o el kitsch, de cuyos lenguajes y técnicas se aprovecha.

Hacia mediados de los sesenta comienzan a publicar otros autores que se enfrentan al reto de abrir nuevos rumbos sin negar las aportaciones de sus predecesores. Son escritores que tratan nuevos temas para los que ya no son válidas las estructuras anteriores. En sus obras cobra gran importancia la experimentación lingüística, con influencias de los medios de comunicación de masa y con la entrada del lenguaje coloquial y las jergas.

Se podrían citar, entre otros, autores como:

 

Isabel Allende y su novela La casa de los espíritus.

 

Laura Esquivel, autora de Como agua para chocolate.

 

Manuel Puig con Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña.

 

Alfredo Bryce Echenique, peruano: Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña.

 

Ibargüengoitia, mexicano: Los conspiradores, Las muertas, humor corrosivo, esperpento y surrealismo.

Otros novelistas sacralizan el arte y sitúan la novela en un lugar privilegiado, inaccesible a los no iniciados. Su elitismo los lleva a una escritura hermética, para minorías. Las obras del cubano Severo Sarduy (De donde son los cantantes, Cobra, de arriesgado experimentalismo lingüístico) o del mexicano Salvador Elizondo (El grafógrafo, Farabeuf, El hipogeo secreto, son metanovelas experimentales) representan la religión de la estética frente a la estética de la mercancía de los anteriores.

Además merecen destacarse a autores como Isabel Allende (chilena), Laura Esquivel (mexicana), Antonio Skármeta (chileno), Roberto Bolaño (chileno), Sergio Pitol (mexicano) o Augusto Monterroso (guatemalteco).

A partir de los años ochenta, la época del experimentalismo literario y de las grandes metáforas colectivas llegó a su fin, y todos estos escritores adoptaron un estilo más realista y fácil de leer, en concordancia con las demandas comerciales de la era global.

El boom situó definitivamente a Hispanoamérica en el punto de mira de la literatura mundial, lo que allanó el camino para la proliferación de nuevos autores y títulos en la década de los 80.

Sería difícil simplificar todas las variantes de la novela de los años setenta y ochenta, sólo destacaremos las dos maneras más significativas de entender la novela:

1. En una sociedad dominada por los medios de comunicación de masas (prensa, televisión y espectáculos), el autor asume su papel de comunicador y coloca la estética de la novela al nivel de otras comunicaciones, como el cine, la televisión, el cómic, el pop, lo camp o el kitsch, de cuyos lenguajes y técnicas se aprovecha. En esta corriente se inscriben la narrativa de Manuel Puig, las últimas novelas de Vargas Llosa o las de Ibargüengoitia.

2. En otra línea creativa totalmente divergente, otros autores optan por la acentuación de la vanguardia creativa, la elección de un lenguaje rebuscado y unos contenidos herméticos creando una novela para minorías como ocurre con las obras de Severo Sarduy o de Salvador Elizondo.

Algunas opiniones sobre el boom hispanoamericano

«Lo que caracteriza a la mayoría de los escritores que se ubican dentro del “boom”, es que se trata de intelectuales exiliados de sus países, que desde Europa tomaron parte de la causa latinoamericana (lo cual les valió sus críticas), y se hicieron eco de ella. Vargas Llosa diría años más tarde que “había llegado a Europa siendo peruano, y allí me descubrí latinoamericano”. Esta necesidad de comulgar con el sentimiento de pertenencia a una cultura que les era común, aún con sus diferencias regionales, terminó por conformar un grupo de lucha que tomó parte activa en los reclamos por las libertades, los derechos humanos, y la Revolución Cubana y nicaragüense.

Aun cuando no es claro cuándo comienza y termina exactamente el fenómeno, se ubica dentro de él a un grupo selecto de escritores, quienes en algún momento fueron acusados de ser parte de una mafia con contactos secretos con las editoriales, de forma tal que tuvieran el éxito asegurado. El tiempo demostró que las acusaciones eran injustas y que la calidad narrativa y estética de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y compañía, no obedecía a ninguna estrategia publicitaria, sino que se trataba de un redescubrimiento de las páginas más notables de la historia del arte.» [José Donoso]

«Hoy, cuando lo políticamente correcto es torpedear cualquier mito, se insiste en que el boom fue una pura invención editorial. Un fenómeno de mercado. Se busca arrinconar a sus miembros oficiales –Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y acaso también Donoso y Onetti– para desempolvar las sombras de otros grandes ocultas detrás de ellos: Ribeyro, Di Benedetto, Ibargüengoitia, Puig, Elizondo, Saer, Castellanos, Pitol, Arredondo, tratando de desplazar sus escrituras “marginales” hacia el centro.

Como fuere, adentro o al margen de la etiqueta, durante la época de su predominio y expansión –1962, el año de La ciudad y los perros, a 1982, cuando se le concede el Nobel a García Márquez– hubo en América Latina una concentración de talento literario sólo equivalente (asumo la desmesura) al Siglo de Oro, el periodo isabelino, el Siglo de las Luces, la Rusia decimonónica o la Viena fin-de-siècle. Nadie cuestiona la genialidad de sus predecesores –el espectro que va de Borges a Rulfo–, o de sus contemporáneos.

Poco importa si sus antecedentes se encuentran en el Romanticismo alemán o en Carpentier, en la fantasía borgiana o en Asturias, en los cuentos infantiles o en Rulfo: el realismo mágico a la García Márquez es la invención más contagiosa surgida de nuestras tierras. A fuerza de verlo repetido hasta la extenuación, casi nos sorprende que un procedimiento tan elemental pueda haber infectado tantas mentes. Pero esa es justo la naturaleza de las ideas geniales: adaptarse mejor que sus competidoras a los distintos medios. [...]

La intrusión de la magia en la vida cotidiana, frente a la calculada indiferencia de sus testigos, se convirtió de pronto en la mejor fórmula para expresar las contradicciones del mundo no-occidental en una época en que este se caracterizaba por su miseria y su brutalidad política. Igual en África o en la India, o China o en Turquía, el realismo mágico permitía huir del realismo imperialista –seña de identidad europea y estadounidense– para dibujar escenarios contradictorios en los que la herencia tradicional, con su caudal de mitos y leyendas, podía entretejerse con la difícil modernización que sufrían, a pasos forzados, estas sociedades.» [Jorge Volpi, en El País, 14/11/2012]

«P: ¿Cuál cree que es la principal aportación del boom a la literatura universal?

R: La diversidad. Se dice boom porque no hay tendencias, hay escritores y hay novelas. Boom significa explosión, partes que quedan de un todo. Hubo de todo; por fortuna se diluyó la expresión realismo mágico, que aludía solo a una parte, y se quedó en boom. Creo que al final esa fue una expresión (una explosión) afortunada.» [Juan Cruz]

«Si los tomamos en conjunto, Cortázar, Borges, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes no pueden considerarse un movimiento unificado. No como los románticos franceses, o los beats estadounidenses, o los vanguardistas rusos. Por eso es difícil decir que aportaron algo específico a la República de las Letras más allá de la considerable fuerza de sus talentos individuales. Eran magníficamente sui generis, y resultaban imposibles de catalogar. No fue un boom de escritores per se, sino un boom de lectores; y esos lectores aumentaron en un número sin precedentes para dar la bienvenida a la ficción latinoamericana por primera vez.» [Marie Arana]

«El boom supuso sobre todo la internacionalización definitiva de lo hispano. Dio una visibilidad internacional muy grande a la literatura escrita en español que ha vivido desde entonces la eclosión de traducciones a multitud de lenguas.

Por un lado, ciertos autores recuperaron lo que Ricardo Gullón llamo, a propósito de García Márquez, el “Olvidado arte de contar”, esto es la narrativa de inspiración oral. Esa dirección supuso el maridaje de lo antiguo y lo moderno pues las estructuras míticas y pre-modernas de esas tradiciones, por ejemplo, de un Juan Rulfo, se insertaron en la modernidad estructural a través de Faulkner principalmente. Una tercera aportación, visible en Vargas Llosa es una vindicación de la narración y de la ficción como verdadera forma de ofrecer la realidad, reconciliando la novela con la historia colectiva. Por último, autores como Guillermo Cabrera Infante o Alejo Carpentier recuperaron lo mejor de la tradición barroca del lenguaje.» [José María Pozuelo Yvancos]

«Con García Márquez ha fallecido, finalmente, el boom narrativo latinoamericano. Una revolución literaria cuya muerte anunciada venía dilatándose tanto, que ya parecía una de esas eternas transiciones a la democracia de nuestros países. Es cierto, quedan Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards, plenamente vigentes. Pero ambos evolucionaron, alejándose de las estéticas y las políticas que mantuvieron en los sesenta del siglo pasado. Mientras, García Márquez no evolucionó. Parió su cosmos realista mágico y lo habitó durante el resto de su vida creativa (con pocas excepciones). Igualmente se domicilió en sus ideas: detenido en la arcadia de la revolución cubana, fue fiel a Fidel hasta el ataúd. Cultivó esa anacronía como si fuera otro arcaísmo de su lenguaje. Por esta política y por aquella poética, García Márquez representó como nadie lo que fue el boom. Y por eso este muere con su patriarca.

Comparar la larga agonía del boom con una transición a la democracia, quizás no sea una licencia poética. Bendición para la narrativa latinoamericana, que de pronto apareció en el mapa literario mundial, la revolución del boom acabó –como tantas– prohijando una oligarquía. Lo que ha venido después se parece más a una democracia de masas, donde no hay un puñado de escritores excelsos, sino miles, revueltos. Y cada uno tiene un solo voto, y nadie tiene veto. Y predomina una estética populista, donde pesan menos los méritos literarios de las obras que los pesos —o los euros, o los dólares— de sus ventas. Es una democracia del gusto, además, sin jerarquías claras, sin cánones indudables (como ese que constituyó el boom). Lo dicho: con el patriarca murió un sistema de poder literario. Ahora, en los palacios arruinados de su estética, sus seguidores rutinarios mercadean una demagogia novelesca que ofrece oropeles de color local, en vez del oro real que José Arcadio Buendía buscó en Macondo.» [Carlos Franz]

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