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Introducción al Renacimiento

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Introducción al Renacimiento

Trasfondo histórico-social al Renacimiento

El término ‘renacimiento’ lo utilizó por vez primera en 1855 el historiador francés Jules Michelet para referirse al “descubrimiento del mundo y del hombre” en el siglo XVI. El historiador suizo Jakob Burckhardt amplió este concepto en su obra La civilización del renacimiento italiano (1860), en la que delimitó el renacimiento al situarlo en el periodo comprendido entre el respectivo desarrollo artístico de los pintores Giotto y Miguel Ángel, y definió a esta época como el nacimiento de la humanidad y de la conciencia modernas tras un largo periodo de decadencia.

La más reciente investigación ha puesto fin al concepto de la Edad Media como época oscura e inactiva y ha mostrado cómo el siglo previo al renacimiento estuvo lleno de logros: el platonismo y el aristotelismo fueron cruciales para el pensamiento filosófico renacentista. Los avances en las disciplinas matemáticas (también en la astronomía) estaban en deuda con los precedentes medievales. Las escuelas de Salerno y Montpellier fueron destacados centros de estudios de medicina durante la Edad Media.

El renacimiento italiano fue sobre todo un fenómeno urbano, un producto de las ciudades que florecieron en el centro y norte de Italia, como Florencia, Ferrara, Milán y Venecia, cuya riqueza financió los logros culturales renacentistas.

El Renacimiento fue el periodo de la historia europea caracterizado por un renovado interés por el pasado grecorromano clásico y especialmente por su arte. El renacimiento comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. En este periodo, la fragmentaria sociedad feudal de la edad media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música.

El auge de la burguesía y su papel corrosivo en la Baja Edad Media fue el elemento dinámico de transición entre el feudalismo y el espíritu político moderno. Fue el paso de una sociedad cerrada orgánicamente a una abierta y competitiva, en la que los valores del individuo adquieren importancia radical. Esencial en este proceso es la ruptura tradicional entre el siervo y el señor, separación del campesino de la tierra que trabaja: ahora ofrece para sobrevivir parte de su “trabajo” libre y no una parte del producto de su trabajo como antes. La fuerza de trabajo se convierte en mercancía, todo se transforma en objeto vendible.

El dinero se convierte en objeto deseable y todopoderoso: el descubrimiento de América pone en circulación metales preciosos. La burguesía destruyó la ideología caballeresca, el mito caballeresco-religioso, y puso al descubierto el egoísmo y el cálculo racionalista. El nuevo sistema adquiere su desarrollo más completo en Italia con sus repúblicas y señorías urbanas. El viejo honor castellano-caballeresco aparece ahora como “honesta”: honor burgués; la nobleza de sangre será la “nobilitas” y el valor personal “virtú”. Valores todos ellos laicos y basados en el poder material que da la posesión individual del dinero.

La nueva burguesía es revolucionaria frente al feudalismo, pero desprecia a la “plebe”. La antigua nobleza rural y feudal se convierte ahora en ciudadana y cortesana, se vincula con la alta burguesía por lazos matrimoniales: así comienzan las contradicciones de la nueva clase y con ello las contradicciones inmanentes al Imperio. Se busca políticamente un imperio o estado absolutista y centralista, un imperio moderno de tipo romano: que mande uno y obedezcan todos. Carlos I de España (1516-1556), Carlos V como emperador del Sacro Imperio Romano (1519-1558), es el paradigma al respecto.

La burguesía pacta con la nueva monarquía; renuncia a ciertos aspectos revolucionarios y agresivos para asegurar sus posesiones amparada en formas imperiales cesaristas: su tendencia a buscar la seguridad es el comienzo de su misma decadencia de la que no saldrá basta finales del siglo XVIII en Francia.

El intelectual renacentista tiene el orgullo y la conciencia de su valer y de los descubrimientos técnicos modernos de que dispone. Se inclina por una parte hacia el pueblo, defendiendo la lengua “vulgar” y los refranes populares, pero por sus conocimientos clásicos se siente superior al pueblo. La pretensión del intelectual de ser el “docto” que guíe la sociedad choca con la alta burguesía a la que el intelectual, por lo demás, sirve. Ello produce en el intelectual ciertos conatos contra la burguesía adocenada y todopoderosa. Impulsado por el Erasmismo, el intelectual apoya la idea de Carlos V de fundar un imperio humanista, pero pronto se da cuenta del carácter absolutista de este imperio, que somete al intelectual a condicionamientos económico-políticos a favor de la “grandeza del Imperio”. Ante este desengaño, el intelectual se refugia en la torre de marfil de su erudición y ciencia: en 1516 aparece la Utopía de Tomás Moro, a la que seguirán textos confusamente socializantes. Los intelectuales de Carlos V acaban siendo sustituidos por los banqueros.

El Renacimiento fue también una época en la que las antiguas creencias fueron puestas a prueba y la ebullición intelectual que entonces se produjo preparó el camino a los pensadores y científicos del siglo XVII.

La idea renacentista de que la humanidad domina a la naturaleza es análoga al concepto del control del hombre sobre los elementos de la naturaleza explicado por Francis Bacon (1561-1626), filósofo y estadista inglés, uno de los pioneros del pensamiento científico moderno. Este concepto inició el desarrollo de la ciencia y de la tecnología moderna.

El siglo XVI en España

Gobiernan los Reyes Católicos (1474-1516) bajo la tutela de la Inquisición. España se enfrenta con el nuevo siglo sin haber resuelto problemas viejos. La aristocracia medieval no ha sido aniquilada por el autoritarismo isabelino. En 1525 el Duque del Infantado poseía 800 aldeas y 90.000 vasallos. La Corona y la Nobleza apoyan la Mesta (asociación de propietarios ganaderos) a expensas de la agricultura. Así en el 1506, Castilla tiene que importar trigo, la plata del Nuevo Mundo se emplea para financiar guerras o productos manufacturados.

La Inquisición (1480) domina la vida ideológica del país. Los Reyes Católicos, autores del estado moderno hispano, fueron los artífices de su destrucción, al desconfiar de la burguesía y de la clase media comerciante, que era de origen converso y, por tanto, no poseía “limpieza de sangre”). Los Reyes Católicos expulsaron a los judíos y a los árabes, despreciaron o menospreciaron la industrialización y el trabajo manual, propios de las castas expulsadas.

El imperio erasmista, con su idea de un estado moderno cristiano y laico al mismo tiempo, tiene su cenit en el 1527. Luego se derrumba ante la fuerza de la tradición. La exaltación religiosa y la pureza de sangre aseguran la cohesión de la sociedad y de la nación.

En 1534 se funda la Compañía de Jesús, en 1545 comienza el Concilio de Trento y en 1551 aparece el primer índice de libros prohibidos. Carlos C pasa de ser el monarca con consejeros erasmistas a un emperador atrapado por sus empresas guerreras y una economía inmanejable.

En 1554 aparece una novelita desmitificadora de la situación: El Lazarillo de Tormes. Un ataque a la literatura escapista e idealista de las novelas de caballerías, pastoriles y moriscas, a la poesía italianizante de Garcilaso de la Vega (1501-1536) y el retiro del Emperador Carlos V a Yuste para morir cristianamente.

En 1556 comienza a reinar el hijo de Carlos V, Felipe II (1527-1598): Se abre la Época Nacional y comienza a declinar la época imperial. Siete años tras la muerte de Felipe II (1598) publica Miguel de Cervantes su famosa novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, que marcará el final del Renacimiento y el comienzo del Barroco, la época del desengaño.

¿Cómo adviene el Renacimiento?

En el siglo XIV la clase burguesa comienza a obrar con una visión más práctica de la vida que la visión religiosa medieval: Cuentos de Canterbury, Libro del Buen Amor, Decamerón). Esta nueva visión del mundo contrasta con la gravedad heroica de los viejos guerreros medievales. Francesco Petrarca (1304-1374) en Italia comienza a difundir el humanismo greco-latino.

El siglo XV es la gran época del humanismo italiano. La Edad Media apenas había cultivado lo clásico (Santo Tomás de Aquino no sabía griego). Se inventó la imprenta que difunda la cultura clásica. El uso de la brújula cambia la visión del mundo y permite llegar lejos. Griegos de Bizancio llegados a Italia traen la cultura clásica.

El siglo XVI: Los descubrimientos geográficos y de otras culturas engendran un sentimiento de orgullo e independencia. Al teocentrismo piramidal de la Edad Media opone el Renacimiento el antropocentrismo. Ahora se tiene más confianza en las fuerzas del hombre, en contra de la autoridad. Se analizan las reacciones naturales y sentimentales del hombre; se justifican los instintos naturales: el amor se valora como reflejo de lo divino (Neoplatonismo); la vida es fugitiva, pero precisamente por eso hay que gozarla intensamente (carpe diem); curiosidad por la investigación de la naturaleza (beatus ille, la Edad Dorada). La vida terrena se valora más que la extraterrena.

La educación renacentista

El ideal es el desarrollo equilibrado de todas las facultades del hombre: Armonía (mens sana in corpore sano). Perfección humana física y espiritual. La figura ideal es la del Cortesano (1528) de Baltasar de Castiglione (1478-1529). El Cortesano significa la armonización de los tipos medievales del clérigo y el caballero: armas <> letras, heroísmo <> buenas maneras, dominio de los juegos físicos <> dominio de las artes. Las Humanidades sustituyen a la Teología.

Filosofía del Renacimiento

Estoicismo senequista y neoplatonismo. EL estoicismo exalta la dignidad humana y la serenidad espiritual, así como la resignación viril ante el dolor. El Neoplatonismo: El Renacimiento logra reconciliar a Platón con Aristóteles; al final, triunfa Platón. Las teorías de Platón sobre el amor se difunden con los Diálogos de amor del filósofo judío español León Hebreo (1460-1520) y con el Cortesano (1528) de Castiglione: La belleza de los seres humanos es reflejo de la de los seres espirituales y la de éstos es reflejo de la de Dios. El amor de las criaturas nos puede llevar al Creador. El puro amor a la belleza del Arte, de la Mujer y de la Naturaleza nos lleva a Dios.

Esta doctrina dignificó e idealizó el sentimiento amoroso e influyó muchísimo en la poesía lírica y sobre todo en la mística española.

Ideas políticas del Renacimiento

El ideal político del Renacimiento es el Imperio Romano: el ideal de una unificación estatal frente a los privilegios y los fraccionamientos de la Edad Media. En la universidad de Boloña se enseñaba el Derecho Romano.

Se buscan Imperios absolutos nacionales con concentración de poder en el Rey: la unión hace la fuerza, “que sólo mande uno, el rey y no cien nobles”. El Príncipe de Maquiavelo hay que verlo en este contexto: hay que poner el interés del Estado por encima del de los súbditos particulares. Aquí está el germen del nacionalismo europeo.

El Feudalismo medieval pierde terreno ante el Derecho Romano, que fortalece el poder del monarca, asignándole poder divino (por la gracia de Dios). El siglo XVI es el siglo de los grandes imperios. A estilo de Roma, se quiere concentrar en una sola mano el poder (que mande uno y obedezcan todos). España con los Reyes Católicos consigue antes que nadie este ideal y la monarquía absoluta de Carlos V es el ideal de la época. Aunque en Europa triunfó el El Príncipe de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), obra escrita en 1513 y publicada en 1532, España se mantuvo fiel a las ideas católicas de un Imperio cristiano, que era el ideal del emperador Carlos V: la unión de Europa en un imperio bajo el signo cristiano-hispano.

Humanismo

Le relajación de las costumbres de finales de la Edad Media y la paganización de algunos sectores culturales creó la reacción renacentista: búsqueda de la pureza de costumbres y religiosidad intimista, contra la sobrevaloración superficial de lo ritual y ceremonial de la Edad Media. Es el humanismo de Erasmo de Rotterdam (1466-1536), escritor, erudito y humanista holandés, principal intérprete de las corrientes intelectuales del Renacimiento en el norte de Europa.

La Reforma de Martín Lutero (1483-1546), con su sentido individualista de la interpretación de la Biblia, responde al sentir de la época. Este individualismo se verá también en la mística española. Pero la Iglesia reaccionó en España contra el humanismo y persiguió a los místicos como herejes.

Arte, literatura y filosofía

El Renacimiento critica el racionalismo escolástico medieval. Retoma aspectos de la filosofía clásica, como el escepticismo racional y la valoración de la vida moral de los estoicos: exalta al hombre moramente fuerte. Platón es más valorado que Aristóteles por influencia de la academia florentina: el amor, la belleza de la mujer y de la naturaleza son fuentes que nos acercan a Dios, pues Dios es, según Platón, la Belleza en sí, por ese es la belleza de este mundo reflejo de la belleza divina.

Frente a la expresividad espiritual, inquieta y dinámica del gótico medieval, el arte del Renacimiento tiende ahora a la serena mesura clásica. Hay preferencia por la simetría y la combinación de elementos formales. Rechazo del realismo gótico, búsqueda de el arquetipo de belleza. Tendencia a la expresión de lo esencial y permanente, contra lo momentáneo y accidental.

En literatura tenemos la aceptación de los modelos clásico. La Preceptiva de Aristóteles y de Horacio son la norma estilística. El estilo, tan desdeñado por la Edad Media pasa a primer plano. Las alegorías morales de la Edad Media son olvidadas. Ahora la única fuente de inspiración es la Naturaleza. Se imita a Francesco Petrarca (1304-1374), descubridor de los clásicos. En realidad, tenemos en el Renacimiento y en el Barroco la síntesis de las tres líneas filosófica de discusión de la Escolástica medieval: ¿qué son los universales?

  • universale ante rem (las ideas universales existen antes de las cosas reales) = Platonismo: Anamnesia (mística: el amor es el reflejo de Dios);

  • universale in re (las ideas universales son ideas sacadas por abstracción de las cosas reales) = Aristotelismo: Abstracción racional, casuística;

  • unversale post rem (las ideas universales no tienen existencia objetiva, son meras convenciones o nombres = Nominalismo: Agnosticismo voluntarista y subjetivismo.

En las disputas medievales el platonismo de San Agustín (354-430) queda sustituido por el aristotelismo de Santo Tomás de Aquino (1225-1274). El nominalismo de Guillermo de Ockham (1285-c. 1349) destruye el realismo tomista. El Renacimiento rehabilita el Neoplatonismo helenista.

La lengua del Renacimiento

La exaltación de la Naturaleza llevó también a la exaltación de las lenguas vernáculas o vulgares como medio más natural de expresión. Es la época de expansión del castellano, no sólo en América, sino también en toda Europa, imponiéndose como lengua internacional.

El estilo será la naturalidad y la sencillez, sin afectación alguna. Se evita tanto el vulgarismo como el cultismo pedante. El escritor erasmista Juan de Valdés (1509-1542) será en el reinado de Carlos V el mayor defensor de esta tendencia, hasta que, a finales del siglo XVI, el poeta Fernando Herrera (1534-1597) inicie la tendencia hacia lo artificioso, que culminará en el Barroco o período nacional del siglo XVII.

EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA

¿Ha tenido España un verdadero Renacimiento?

Se ha discutido e incluso negado la verdadera existencia de un Renacimiento en España. Para ello se esgrimen los siguientes argumentos: España no rompió con su pasado medieval y realizó una singular simbiosis entre lo medieval y lo renacentista. Durante el reinado de Felipe II, el pensamiento y la cultura en España adoptó una fuerte orientación religiosa y se sometió a una severa moralidad. En España no habría tenido lugar una paganización, rasgo característico del Renacimiento. En España se hacía sentir todavía un fermento árabe y semítico, tras ocho siglos de convivencia con árabes y judíos.

Hay que admitir, sin embargo, que España tuvo un contacto muy temprano con la cultura italiana. Desde finales del Trecento y a lo largo del Quattrocento se documenta una intensa relación cultural. Si bien el humanismo español no arraigó hasta el último tercio del siglo XV.

En 1481 publica Elio Antonio de Nebrija (1441-1522) sus Introductiones latinae, que reivindica las lenguas clásicas. Paralelamente a esta reivindicación, se revalorizan las lenguas vulgares y el mismo Nebrija publica en 1492 una Gramática castellana. Ya en el siglo XVI, Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua reivindicaba el valor del castellano.

España no se mantuvo al margen del Renacimiento. El rasgo más significativo del Renacimiento español es la perfecta unión de las corrientes nuevas europeas con la tradición nacional. Cierto que España no rompió tan fuertemente con la tradición medieval como la Europa del Renacimiento, pero la unión de Renacimiento y tradición popular medieval continúa el dualismo de lo popular y lo culto (juglaría <> clerecía) que caracteriza los comienzos de la literatura española.

La nueva valoración de la naturaleza no impide en España la persistencia del espíritu religioso tradicional. Lo local persiste frente a lo universal culto: junto a dioses greco-latinos tenemos al Cid medieval; junto a la nobleza tenemos a la picaresca (Lazarillo de Tormes). Se da un dualismo entre lo popular y lo culto, el realismo y el idealismo, la picaresca y los libros de caballerías.

Si Italia persigue tan sólo lo estético, España persigue también lo ético: el arte será subordinado a la vida. El individualismo del Reconquistador no puede aceptar las normas universales clásicas del Renacimiento. El “cristiano viejo” medieval persiste aún vivo.

El reconquistador español, cuya sobrevaloración de la persona, del valor y de la fe le llevaron al desprecio de las artes y las ciencias (propias de las otras dos castas por él combatidas), no podía ver en el arte una finalidad en sí misma. El arte para él era solamente el medio de expresión de los valores morales cristianos. Así es rasgo diferencial del arte español en el siglo XVI la despreocupación por el estilo y la propensión a la expresión espontánea y sin artificio.

Los españoles, ocupados en las armas y la guerra y en las conquistas, no tuvieron la quietud y el sosiego de estos estudios (clásicos), quedando por su mayor parte ajenos a su noticia. (Herrera)

Dualismo renacentista en España

Tradicionalismo religioso

Humanismo pagano

Popularismo

Cultismo

Persistencia de lo local

Universalismo europeo

Realismo popular

Idealismo culto

Finalidad ética

Búsqueda de lo estético en la forma

Libertad de expresión individual

Preocupación por el estilo clásico

Independencia de estilo

Búsqueda del canon clásico

 

Épocas del Renacimiento Español

El Renacimiento se inicia con la unificación de España por los Reyes Católicos y abarca los reinados de Carlos I. y Felipe II.

Suelen distinguirse tres etapas en la evolución de las corrientes renacentistas en España. Tras una intensificación de estas tendencias durante el reinado de los Reyes Católicos, Prerrenacimiento, se distingue la época correspondiente al rey Carlos I (1516-1556), que se puede calificar de primer Renacimiento, en el que el influjo de Italia se intensifica con un predominio de sus ideales y un marcado espíritu vitalista. Será en la segunda mitad del siglo XVI, segundo Renacimiento, con Felipe II (1556-1598), cuando las tendencias renacentistas se debiliten y cuando España, encerrada en sí misma tras la Contrarreforma, se aísle del resto de Europa.

Prerrenacimiento - Siglo XV

Reinados de

Juan II de Castilla (1406-1454)

Enrique IV (1454-1474)

Los Reyes Católicos: Isabel I la Católica, reina de Castilla (1474-1504), Fernando V el Católico, rey consorte de Castilla (1474-1516)

Se desarrolla un período de contacto con el humanismo italiano.

Intensa relación de España con Italia. Sicilia y Nápoles pertenecen a Aragón.

Españoles estudian en la universidad de Bolonia (Italia).

Hay una gran colonia española en Roma.

 

 

 

 

 

Primer Renacimiento

Primera mitad del siglo XVI

Reinado de Carlos V (1516-1556)

España vive hacia afuera.

Es renacentista europea.

Tiene una retórica cosmopolita.

Impone el realismo de su raza.

Recalca su personalidad.

Se reciben nuevas ideas: se imita el Renacimiento italiano.

Liberalismo intelectual e influencia de Erasmo de Rótterdam.

Los más famosos poetas españoles del siglo XVI han estado en Italia como soldados, como estudiantes o como diplomáticos en contacto con los humanistas italianos.

En España vivían también intelectuales italianos.

En poesía: la escuela poética castellana del verso corto y el octosílabo, lucha contra la escuela toscana o italiana de Boscán y Garcilaso con su endecasílabo.

 

 

 

 

 

 

Segundo Renacimiento

Segunda mitad del siglo XVI

Reinado de Felipe II (1556-1598)

España vive hacia adentro, se encierra en sí misma y acentúa los aspectos religiosos.

España se cierra a Europa y comienza el periodo de ensimismamiento que culminará en el Barroco del siglo XVII, también llama período nacional.

La persecución eclesiástica a los humanistas y la Contrarreforma (1560-1600) de Felipe II, rey religioso tradicional, llevó al aislamiento de España.

Período nacional con severidad.

Se cierra a las influencias.

El Concilio de Trento fue convocado con la intención de responder a la Reforma protestante, supuso una reorientación general de la Iglesia y definió con precisión sus dogmas esenciales.

Florecimiento de la mística.

Las obras de Erasmo pasaron al índice de libros prohibidos y su influjo se fue perdiendo por obra del Concilio de Trento (1545-1563).

La Contrarreforma (1560-1600) supuso un intento de revitalizar la Iglesia, oponerse al protestantismo y fomentar la espiritualidad.

En poesía: culmina la escuela de composición: lo español y lo italiano quedan fundidos en un canon perfectamente nacional.

El Renacimiento y el Barroco coexisten en un período que puede ir entre 1580 y 1620. Por ello, la nomenclatura: 1500 para el Renacimiento y 1600 para el Barroco, “es puramente atinente más que pertinente... La división Renacimiento y Barroco no afecta sino a modalidades –o posturas– poéticas, jamás a biografías con pugnas cronológicas.” (Sainz de Robles).

El Renacimiento español

“Con el Renacimiento piensan muchos críticos que quedó desvalorado el cuadro espiritual de la Edad Media. Burckhardt concibe el Renacimiento como una ruptura total con el espíritu cristiano-medieval, como una vuelta al mundo clásico pagano. La opinión de Burckhardt parece tener veracidad refiriéndose a ciertos países como Francia, Alemania e Inglaterra. En estos países, el Renacimiento se vuelve al Clasicismo. Pero en España no fue así. Dámaso Alonso define de un modo certero tan ardua cuestión en España:

«Dos épocas literarias no están nunca separadas por una frontera neta, sino por una zona de penetración. Si en busca de una posible separación entre nuestra Edad Media y nuestro Renacimiento quisiéramos servirnos del principio que acabamos de enunciar, nos encontraríamos con que la zona de influjo de la Edad Media española no solo penetra dentro del Renacimiento, sino que, a través del Barroquismo y el Neoclasicismo, llega al Romanticismo –donde encuentra tantas afinidades– y se extiende hasta nuestros días. Lo esencialmente español, lo diferencialmente español en literatura, es esto; que nuestro Renacimiento y nuestro Pos-renacimiento barroco son una conjunción de lo medieval hispánico y de lo renacentista y barroco europeo. España no se vuelve de espaldas a lo medieval al llegar al siglo XV –como hace Francia–, sino que, sin cerrarse a los influjos del momento, continúa la tradición de la Edad Media. Esta es la gran originalidad de España y de la literatura española, su gran secreto y la clave de su fuerza y de su desasosiego íntimo. Hay como veta de la literatura medieval –romancero y cancionero popular, etc.– que entra en el siglo XVI, pasa, adelgazándose, al siglo XVII y llega soterradamente hasta nuestros días.»

La Edad Media no desdeñó el Clasicismo; lo que hizo fue no conocerlo sino a medias, o con restricciones, acaso por prejuicios religiosos, tal vez por falta de datos precisos.

Pero ¿qué es el Renacimiento, en resumidas cuentas? El Renacimiento implica restauración; y una restauración no recordatoria, sino vital. Lo restaurado fue el mundo grecolatino. ¿Cuáles sucesos, cuáles intentos intelectuales hicieron posible esta restauración? Díaz-Plaja los enumera con singular acierto:

«Una independencia cada vez mayor en el espíritu de las gentes hace posible la creación de una cultura laica, que se liberta de la absorbente unidad de la Iglesia. El progreso de la clase llana, mercantil y burguesa; los cismas que dividían la cristiandad; los descubrimientos científicos y geográficos; el avance de las universidades; el hallazgo de numerosos manuscritos de la antigüedad grecolatina; la caída de Constantinopla, que provoca una emigración de la cultura helenística hacia Occidente, y la invención de la Imprenta, popularizadora del saber, son una serie sucesiva de acontecimientos que conducen a la creación de un tipo humano cuyas características son: un culto a la antigüedad clásica, de la que se estiman los rastros literarios y los ejemplos vitales; un interés por todo lo que el hombre ha realizado y puede realizar de alto, profundo y glorioso, que es lo que en último término, y partiendo de una frase de Publio Terencio Africano (194-159 a.C.) –Homo sum; humani nihil a me alienum puto–, se llama humanismo; un anhelo por conocer todos los extremos del mundo que nos rodea, desde el paisaje próximo hasta los últimos confines –astronómicos y geográficos– del universo, del que el hombre renacentista se considera dueño y gozador. Frente al hombre de la Edad Media, sometida a un gran aparato cósmico, político y religioso, el hombre del Renacimiento se yergue orgulloso de su saber y de su poder. La vida ha dejado de ser el río fugitivo que desemboca en el mar de la muerte para ser un alegre botín que magnifica la vida.»

Si le Edad Media estaba caracterizada por el monarca pobretón, andariego y peleador; por el áspero señor feudal, siempre dispuesto a la caza bárbara y a la guerra impía; por el fraile erudito y «fazedor de milagros suaves»; por el cortesano artista, arrinconado en su sencillez, el Renacimiento tuvo igualmente sus tipos fundamentales: el cortesano escéptico de que habla Castiglione, el caballero cristiano, el escolástico y el conquistador. De estos cuatro tipos sale la íntima fusión de las armas y las letras, tan sugestiva y de tanta importancia para la historia de la poesía, ya que las armas procuran vivirla incluso antes que la pluma pueda escribirla; y acaso la viven únicamente para poetizarla a beneficio de la posteridad... y de la gloria de sus nombres. Porque si en la Edad Media el hombre no se interesaba sino por su actuación, en el Renacimiento se preocupaba más por las consecuencias de su vida. Las ideas fundamentales del mundo poético del Renacimiento están basadas en el neoplatonismo. El poeta renacentista llegará al conocimiento del Ser Supremo; pero llegará por el conocimiento de la Belleza y del Amor, que exaltan la personalidad humana. El poeta renacentista alcanzará el conocimiento universal y racional de las esencias intelectuales; pero lo alcanzará por medio del conocimiento particular y sensible de las cosas corpóreas. [...]

Aún puede señalarse un motivo más que tuvo el poeta renacentista para notarse dueño de sí y encararse y descararse con los demás como quien pisa recio y puede garantizar su empaque y su desplante.

Este motivo fue la afirmación de las Monarquías y de los Imperios. El poeta medieval se sabe en una tierra movediza, mandado por una autoridad muchas veces injusta y desautorizada, envuelto en unos sucesos políticos que ignora cómo y en qué cuajarán; su adscripción a un territorio, a una bandería, a una posición cultural, es provisional, transitoria. El poeta medieval siempre está como cariacontecido y temeroso. Pero el poeta renacentista se sabe, satisfecho, unido a la suerte de una y única evocación imperial. Su rey es un rey por derecho divino, justo, legítimo, inatacable. Un Monarca, un Imperio y una Espada, proclama Hernando de Acuña en un soneto dedicado a nuestro Carlos I. El poeta renacentista se sabe ya perpetuado por una lengua perfecta y por una política nacional. Y canta satisfecho y más legítimamente engreído que nunca.” (F. C. Sainz de Robles: Historia y antología de la poesía española. Madrid: Aguilar, 1967, pp. 77-81).

El hombre del Renacimiento

«La etapa de puro presentimiento que antecede a la efectiva aparición del hombre nuevo en torno a 1600, fue la época que luego se ha llamado con un nombre desorientador, Renacimiento. A mi juicio urge ya una nueva definición y evaloración de este famoso Renacimiento.

La verdad es que el hombre no re-nace hasta Galileo [1564-1642] y Descartes [1596-1650]. Todo lo anterior es puro pálpito y esperanza de que va a renacer. El auténtico renacimiento galileano y cartesiano es ante todo un renacer a la claridad y es forzoso decir que el tiempo oficialmente llamado Renacimiento fue una hora de formidable confucionismo –como lo son todas las de pálpito. [...] Eso que se llama “crisis” no es sino el tránsito que el hombre hace de vivir prendido a unas cosas y apoyado en ella a vivir prendido y apoyado en otras. El tránsito consiste, pues, en dos rudas operaciones: desprenderse de aquella ubre que amamantaba nuestra vida y disponer su mente para agarrarse a la nueva ubre. Estas dos rudas faenas cumplen las generaciones europeas de 1350 a 1550. Son dos siglos en que parece vivir el hombre europeo “en pura pérdida”. Claro es que no hay tal. No se llega, es cierto, a nada firme y positivo; pero durante ellos se van polarizando de nuevo modo los cimientos subterráneos de la mente occidental que van a hacer posible la nueva construcción. Cuando esa faena subterránea se ha cumplido –hacia 1560– en la generación de Galileo, Keplero y Bacon, la historia toma decidida una recta, avanza día por día sin pérdida, y hacia 1650, cuando muere Descartes, puede decir que está ya hecha la nueva casa, el edificio de cultura según el nuevo modo. Esta conciencia de ser un nuevo modo frente a otro vetusto y tradicional es la que se expresó con la palabra “moderno”. El llamado Renacimiento es, pues, por lo pronto, el esfuerzo por desprenderse de la cultura tradicional que, formada durante la Edad Media, había llegado a anquilosarse y ahogar la espontaneidad del hombre.» [José Ortega y Gasset: “En torno a Galileo” (1933). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, 1964, volumen V, p. 58-59]

“Si el arte griego es plasticidad = pura presencia, el arte medieval es expresividad = alusión a algo ausente. Pero sólo se expresa el alma. Luego donde hay expresivismo hay predominio del alma.

En el Renacimiento comienza una relativa congelación del alma europea. El cuerpo la absorbe en pura vitalidad, y sobre ella se inicia de nuevo la gravitación y disciplina del espíritu. El proceso de los siglos siguientes –que culmina en el XVII– consiste en un enorme crecimiento de la espiritualidad, que esta vez –no como en Grecia– llega a reducir, no sólo el alma, sino también el “psico-cuerpo”. Nunca ha vivido el hombre tan exclusivamente del espíritu como en la gran centuria barroca. Es la jornada de la raison triunfante. El hecho de que esta caracterización no valga para la misma época en España –nuestro arte era ya fantasía y ardor, es decir, alma– confirma la independencia cronológica de la evolución española.” [José Ortega y Gasset: “Vitalidad, alma, espíritu” (1924). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, 1963, volumen II, p. 476-478]

«La Edad Moderna, de que tanto nos enorgullecemos, es hija –con sus ciencias, su política y sus artes– del Renacimiento. Pero el Renacimiento es, a su vez, hijo de la cultura provenzal floreciente en el siglo XIII. Ahora bien; esta cultura provenzal nace al amparo de unas cuantas mujeres geniales que inventan la ley de cortezia, primera ruptura con el espíritu ascético y eclesiástico de la Edad Media. Nada califica mejor la incapacidad de nuestra época para entender la historia, como el olvido en que se tiene este hecho fundamental. Conste, pues, que no son los ingenieros ni los profesores los que han iniciado el progreso con sus laboratorios y sus cátedras, sino unas damas floridas con las fiestas de sus salones, que entonces se llamaban “cortes”.» [José Ortega y Gasset: “Vitalidad, alma, espíritu” (1924). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, 1963, volumen II, p. 694 n. 1]

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