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LATEIN Latín (comp.) Justo Fernández López Diccionario de lingüística español y alemán
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Vgl.: |
Vulgärlatein |
«Latein
Ursprünglicher Dialekt der Landschaft Latium (Rom), neben dem Griech. älteste bezeugte ideur. Sprache, die zum Sprachzweig des Italischen zählt. Früheste Belege (Inschriften, Namen) stammen aus der vorliterarischen Periode (600-240 v. Chr.); als “Klassisches Latein” (Goldene Latinität) gilt die Zeit von 100 v. Chr. bis 14. n. Ch. In spätantiker Zeit (200-600) bilden sich die (schriftlosen) Einzeldialekte der römischen Provinzen aus (Vulgärlatein), die sich vor allem durch lexikalische und lautliche Veränderungen von der Literatursprache unterscheiden (Vulgärlatein): z.B. wird ursprünglich als [k] gesprochenes ‹c› vor palatalen Vokalen zu [ts], vgl. [kikǝro:] > [tsitsǝro:] ‹Cicero›. Entsprechend seinem Verbreitungsgebiet in Italien und den römischen Provinzen bildet Latein die Ausgangsbasis der heutigen romanischen Sprachen, das lateinische Alphabet wurde zur Weltverkehrsschrift.
Als ‹Mittellatein› bezeichnet man das in Bildung, Kirche, Verwaltung und Rechtsprechung verwendete Latein des Mittelalters, als ‹Neulatein› das seit dem 15. Jh. durch die Humanisten neubelebte klassische Latein.
Zum Einfluss des Lateins auf das Germanische (bzw. Deutsche) vgl. Entlehnung. – Grammatische Kennzeichen: Wortakzent (mit geringen Ausnahmen) auf der vorletzten Silbe (Pänultima); Vokalquantität phonologisch relevant; synthetisch-flektierender Sprachbau (canto, cantas, cantat ›ich singe, du singst, er/sie sing‹) mit häufigem Zusammenfall der Formen (Synkretismus); kein Artikel und Personalpronomen; freie (u.U. stilistisch motivierte) Wortstellung.
Zum Strukturwandel vom Latein zu den Romanischen Sprache vgl. Französisch, Italienisch, Spanisch, Portugiesisch.»
[Bußmann, Hadumod: Lexikon der Sprachwissenschaft. 2. völlig neu bearbeitete Auflage, Stuttgart: Kröner, ²1990, S. 434-435]
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«Als Normalsprache hat die des Schrift- oder Hochlateins am Ende der Republik und in den ersten beiden Jahrhunderten der römischen Kaiserzeit zu gelten. Natürlich ist auch in dieser Zeit die Aussprache des Lateinischen im Volke nicht unverändert geblieben; aber erst im 3. Jh. n. Chr. dringen die Wandlungen in die Sprache der Gebildeten stärker ein. Im Vokalismus handelt es sich um die Monophthongisierung des ae zu einem offenen ē-Laut, sowie um die aus den romanischen Sprachen erschlossene Umgestaltung des Gesamten Vokalismus; erhebliche Neuerungen in der Aussprache der Konsonanten sind der Zusammenfall des intervokalischen b mit v in einem labialen Spiranten, sowie umgekehrt der Übergang von anl. v und von inl. v nach r und l in b; ferner die Assibilierung des t vor i + Vokal, nachdem das i zu geworden j war; schließlich der Übergang von g vor e, i, von di vor Vokal, und von kons. i (j) in einen spirantischen Laut (inschriftlich mit di gi g z s bezeichnet).»
[Leumann, Manu: Leteinische Laut- und Formlehre. München, 1963, S. 51]
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«El latín:
Entre las lenguas indoeuropeas, la latina se distingue por su claridad y precisión. Carece de la musicalidad, riqueza y finura de matices propias del griego, y su flexión es, comparativamente, muy pobre. Pero en cambio posee justeza; simplifica el instrumental expresivo, y si olvida distinciones sutiles, subraya con firmeza las que mantiene o crea; en la fonética, un proceso paralelo acabó con casi todos los diptongos y redujo las complejidades del consonantismo indoeuropeo. Idioma enérgico de un pueblo práctico y ordenador, el latín adquirió gracia y armonía al contacto de la lengua griega. Tras su aprendizaje iniciado en el siglo III antes de J. C., el latín se hizo apto para la poesía, la elocuencia y la filosofía, sin perder con ello la concisión originaria. Helenizada en cuanto a técnica y modelos, pero profundamente romana de espíritu, es la obra de Cicerón, e igualmente la de Virgilio, Horacio y Tito Livio, los grandes clásicos de la época de Augusto.
Hispania contribuyó notablemente al florecimiento de las letras latinas; primero con retóricos como Porcio Latrón y Marco Anneo Séneca; después, ya en la Edad de Plata, con las sensatas enseñanzas de Quintiliano y con un brillante grupo de escritores vigorosos y originales: Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial. En sus obras – especialmente en las de Séneca y Lucano –, españoles de tiempos modernos han creído reconocer alguno de los rasgos fundamentales de nuestro espíritu y literatura.
Helenismos del latín:
El influjo de la Hélade se dejó sentir sobre Roma en todos los momentos de su historia. El contacto con las ciudades griegas del Sur de Italia – la Magna Grecia – fue decisivo para la evolución espiritual de los romanos. Un cautivo de Tarento, Livio Andrómico, inauguró en el siglo III la literatura latina, traduciendo o imitando obras griegas. La conquista del mundo helénico familiarizó a los romanos con una civilización muy superior. Grecia les proporcionó nombres de conceptos generales y actividades del espíritu: idea, phantasia, philosophia, musica, poesis, mathematica; tecnicismos literarios: tragoedia, comoedia, scaena, rhythmus, ode, rhetor; palabras relativas a danza y deportes: chorus, palaestra, athleta; a enseñanza y educación: schola, paedagogus; en suma, a casi todo lo que representa refinamiento espiritual y material.
La lengua popular se llenó también de grecismos más concretos y seguramente más antiguos que los de introducción culta: nombres de plantas y animales, como origanum, sepia (> esp. orégano, jibia); costumbres y vivienda: balneum, camera, aphoteca (> baño, cámara, bodega); utensilios e instrumental: ampora y el diminutivo ampulla (por amphora, ánfora), sagma, chorda (> ampolla, jalma, cuerda); navegación, comercio, medidas: ancora, hemina (> ancla, áncora, hemina); instrumentos musicales: symphonia, cithara (> zampoña,, zanfoña, cedra, cítara), etc.
Durante el imperio, nuevos helenismos penetraron en el latín vulgar. La preposición katá tenía valor distributivo en frases como kata duo, kata treis ‘dos a dos’, ‘tres a tres’; introducida en latín, es el origen de nuestro cada. El sufijo verbal –izein fue adoptado por el latín tardío en las formas –izare, idiare; la primera, más erudita, sigue siéndolo en el español –izar (autorizar, realizar, ridiculizar), mientras que –idiare ha dado el sufijo popular –ear (guerrear, sestear, colorear), más espontáneo y prolífico. El adjetivo macarios ‘dichoso, bienaventurado’, se empleaba como exclamación en felicitaciones; de su vocativo macarie proceden el italiano magari y la antigua conjunción española maguer, maguera ‘aunque’. Grecismos vulgares son también c(e)leusma ‘canto del cómitre para acompasar el movimiento de los remeros’ (> gall. port. chusma > esp. chusma, originariamente ‘conjunto de galeotes’); schisma ‘cisma, separación’ (> chisme); thius (< tío) y muchos otros.
Las distintas épocas en que se introdujeron en latín los helenismos enumerados se revelan en las adaptaciones fonéticas que sufrieron. Los primeros y más populares fueron tomados al oído. Como el griego poseía fonemas extraños al latín, fueron reemplazados por los sonidos latinos más parecidos: la υ era semejante a la u francesa, pero en latín pasó a u velar; las aspiradas φ, θ, χ se transformaron en p, t, c. Así, μίνθα dio minta, de donde el esp. menta; θύμος < *tumum < esp. tomillo; πορφύρα > púrpura. Es frecuente en el latín arcaico y después en el vulgar que la oclusiva sorda κ se convierta en g, en lugar de c, su correspondiente latina: κυβερνάω > gubernare > esp. gobernar; κάμμαρος > gammarus > esp. gámbaro, al lado de cámaro y camarón.
Cuando se intensificó la helenización de la sociedad elevada, los hombres cultos intentaron reproducir con más fidelidad la pronunciación griega. La υ se transcribió y, y se le dio su sonido de u francesa; φ, θ, χ se representaron con ph, th, ch, respectivamente. Esta costumbre se generalizó durante el período clásico, extendiéndose al latín vulgar. Pero en boca del pueblo la y se pronunció como i, la ph como f, th y ch como t, c. De esta manera κῦμα > cyma > cima, dio en español cima; γύψος > gypsum, > gipsum > yeso; κόφινος > cophinus > cuévano; > ὀρφανός orphanus > huérfano.
Los grecismos más recientes muestran los cambios fonéticos propios del griego moderno. La η, que en griego clásico equivalía a e, se cerró en i: ἀκηδία dio acidia 'pereza'; ἀποθήκη a través de apotheca, había pasado a bodega, pero según la pronunciación griega moderna y, probablemente, con evolución semiculta, resultó también botica. Las oclusivas sordas π, τ, κ se sonorizaron después de nasal; καμπή, hubo de dar en latín no sólo campa, sino también camba, gamba, exigidos por el esp. ant. y cat. cama 'pierna', it. gamba, fr. jambe; de σάνταλον pronunciado sándalon, viene el español sándalo. En la Península debió prolongarse la introducción de grecismos con la dominación bizantina en el litoral mediterráneo durante la época visigoda.»
[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1968, pp. 43-47]
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«Latín
Lengua que, con el osco, el umbro y los dialectos sabélicos, forma la rama itálica del tronco indoeuropeo. Primitivamente, su dominio estaba limitado: al No., por el Tíber; al E., por los Apeninos; al S., por el país montañoso de los Volscos, y al O., por el mar. Roma fue pronto el centro lingüístico de máxima importancia dentro del dominio. Las conquistas romanas llevaron el latín a toda la Península italiana, Sicilia, Cerdeña, Córcega, N. de África, Hispania, Galia, Retia y Dacia. En todos estos lugares (excepto en África), el latín, evolucionando divergentemente, ha dado lugar a las llamadas lenguas romances, románicas o neolatinas. La inscripción latina más antigua pertenece al siglo VII a. C. La literatura comienza con las obras de Livio Andrónico, Nevio, Plauto y Ennio (siglos III-II a. J. C.). La lengua literaria se basó en el habla romana y quedó fijada en el siglo I a. J. C. Esta lengua, perfectamente regulada por los gramáticos, no era, claro es, la lengua popular y conversacional de Roma y del Imperio. Es esta lengua hablada, con caracteres peculiares, lo que se llama latín vulgar, del que propiamente derivan las lenguas romances. Durante la Edad Media, los clérigos recogieron la tradición gramatical del latín literario, escribiendo una modalidad más o menos artificial, llamada bajo latín.»
[Lázaro Carreter, F.: Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos, 51981, p. 257-258]
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«Cantidad
Duración de un sonido consonántico o vocálico, de un diptongo o de una sílaba. Este carácter de los sonidos, no distintivo en español, era fundamental en sánscrito, griego y latín, que eran lenguas cuantitativas, es decir, distinguían entre vocales y sílabas largas, por un lado, y vocales y sílabas breves, por otro. La cantidad era distintiva: vĕnit ‘viene’, vēnit ‘vino’. Se señalaban dos tipos de cantidad: breve y larga indicados gráficamente con los signos ˘ y ¯, respectivamente, colocados sobre la vocal. La duración de una vocal larga suele ser inferior a la de dos breves, aunque en la métrica grecolatina, de carácter cuantitativo, se suponga que la duración de la larga equivale a dos moras [unidad de medida de la cantidad, que se considera equivalente a la duración de una breve].
En griego y latín, es sílaba larga la que contiene una vocal larga o un diptongo (larga por naturaleza), o bien una vocal breve seguida de dos o más consonantes, o de una consonante doble (larga por posición). Si las dos consonantes que siguen a la vocal breve son muda y líquida formando grupo, la sílaba puede ser breve. Es sílaba breve aquella que termina en vocal breve.
El latín perdió hacia el siglo III la cantidad como rasgo distintivo. Las lenguas románicas carecen, por tanto, de cantidad distintiva, y la duración, en estas lenguas, está condicionada por el acento, por el contexto fonético, por circunstancias afectivas, etc.»
[Lázaro Carreter, F.: Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos, 1968, p. 80-81]
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«Vocales largas y breves del latín clásico
El latín clásico distinguía diez vocales: ā ē ī ō ū largas y ă ĕ ĭ ŏ ŭ breves. Cada una de las cinco vocales fundamentales podía ser larga o breve, según se pronunciaba en una unidad de tiempo o en más. Esta “cantidad de la vocal” la marcan los Diccionarios comunes, pero no señalan la cantidad a las vocales que van seguidas de un grupo de dos o más consonantes, pues la sílaba trabada por una consonante agrupada con otra es siempre “larga por posición”. En inter, por ejemplo, si bien la sílaba in- es larga “por posición”, la vocal i puede ser independientemente larga o breve “por naturaleza”, y en efecto es breve. Esta posición o esta calidad de larga que toma toda vocal ante un grupo de consonantes, tiene su aplicación principal en la métrica, aunque no en la de todos los tiempos. Además, nos podemos convencer de la cantidad de la vocal en las sílabas que la métrica clásica tiene como “largas por posición”, ayudándonos de la etimología de las palabras: nada más evidente que en cóllŏco, la sílaba col-, larga por posición, tendrá la ŏ breve por naturaleza, pues es la misma ŭ de cŭm; y de igual modo el participio mortuus tendrá la misma ŏ que el presente de mŏrior; o viceversa, el presente cresco tendrá la misma ĕ que el participio crĕtum; y signum tendrá la ĭ de sĭgillum. Otro testimonio nos lo ofrece la gramática comparada: septem tiene su primera e breve, como breve es la vocal en el griego ἐπτα y en el sánscrito săpta, y en igual caso está octo, comparado con el griego ὀκτὼ y sánscrito ăsta. El conocimiento de la cantidad de las vocales, ora estén o no ante dos consonantes, es de absoluta necesidad para el estudio de la fonética histórica; se hallará marcada en el Romanisches etymologisches Wörterbuch, de Meyer-Lübke, Heidelberg, 1935.
De igual modo es también una regla principalmente métrica la de “vocal ante vocal se abrevia”; en prosa, la vocal seguida de vocal podía ser larga o breve, y así tenemos dīes, pīus, audīi, grūem como el nominativo grūs, pero vĭa, fŭit.
Vocales abiertas y cerradas del latín vulgar
La diferencia de cantidad del latín clásico fue en el latín vulgar diferencia de calidad o timbre: no distinguió dos e o dos o por su duración, sino por su sonido abierto o cerrado. Los gramáticos del Imperio nos dan noticias de este diverso sonido de la e y la o.
Las vocales largas del latín clásico se pronunciaron en el latín vulgar más cerradas que las breves, que eran abiertas».
[Menéndez Pidal, R.: Manual de gramática histórica española. Madrid: Espasa Calpe, 1980, p. 41-43]
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