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ESPAÑOL

Origen de la palabra

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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Origen de la palabra España

«El nombre de España deriva de Hispania, nombre con el que los romanos designaban geográficamente al conjunto de la Península Ibérica, término éste a su vez, derivado del nombre Iberia, preferido por los autores griegos para referirse al mismo espacio. Sin embargo, el hecho de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías sobre su origen, algunas de ellas controvertidas.

«Hispania» proviene del fenicio i-spn-ya, un término cuyo uso está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas. Los fenicios constituyeron la primera civilización no ibérica que llegó a la península para expandir su comercio y que fundó, entre otras, Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental. Los romanos tomaron la denominación de los vencidos cartagineses, interpretando el prefijo i como "costa", "isla" o "tierra", con ya con el significado de "región". El lexema spn, que en hebreo se puede leer como saphan, se tradujo como "conejos" (en realidad damanes, unos animales del tamaño del conejo extendidos por África y el Creciente Fértil). Los romanos, por tanto, le dieron a Hispania el significado de "tierra abundante en conejos", un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Cátulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un conejo a sus pies). Abundando en el origen fenicio del término, Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, postula que tiene su origen en Ispani, el topónimo fenicio-púnico de Sevilla, ciudad a la que los romanos denominaron Hispalis.

Sobre el origen fenicio del término, el historiador y hebraísta Cándido María Trigueros propuso en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1767 una teoría diferente, basada en el hecho de que el alfabeto fenicio (al igual que el hebreo) carecía de vocales. Así spn (sphan en hebreo y arameo) significaría en fenicio "el norte", una denominación que habrían tomado los fenicios al llegar a la península Ibérica bordeando la costa africana, viéndola al norte de su ruta, por lo que i-spn-ya sería la "tierra del norte".

Por su parte, según Jesús Luis Cunchillos en su Gramática fenicia elemental (2000), la raíz del término span es spy, que significa "forjar o batir metales". Así, i-spn-ya sería la «la tierra en la que se forjan metales».

Aparte de la teoría de origen fenicio, la más aceptada (si bien el significado preciso del término sigue siendo objeto de discusiones), a lo largo de la historia se propusieron diversas hipótesis, basadas en similitudes aparentes y significados más o menos relacionados. A principios de la Edad Moderna, Antonio de Nebrija, en la línea de Isidoro de Sevilla, propuso su origen autóctono como deformación de la palabra ibérica Hispalis, que significaría la ciudad de occidente y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los fenicios, y, posteriormente los romanos dieron su nombre a todo su territorio. Posteriormente, Juan Antonio Moguel propuso en el siglo XIX que el término Hispania podría provenir de la palabra eúscara Izpania que vendría a significar que parte el mar al estar compuesta por las voces iz y pania o bania que significa "dividir" o "partir". A este respecto, Miguel de Unamuno declaró en 1902: "La única dificultad que encuentro [...] es que, según algunos paisanos míos, el nombre España deriva del vascuence 'ezpaña', labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península en Europa".

Otras hipótesis suponían que tanto Hispalis como Hispania eran derivaciones de los nombres de dos reyes legendarios de España, Hispalo y su hijo Hispano o Hispan, hijo y nieto respectivamente de Hércules.

A partir del periodo visigodo, el término Hispania, hasta entonces usado geográficamente, comenzó a emplearse también con una connotación política, como muestra el uso de la expresión Laus Hispaniae para describir la historia de los pueblos de la península en las crónicas de Isidoro de Sevilla. Existen varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio "español"; según una de ellas, el sufijo "-ol" es característico de las lenguas romances provenzales y poco frecuente en las lenguas romances habladas entonces en la península, por lo que considera que habría sido importado a partir del siglo IX con el desarrollo del fenómeno de las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos que recorrieron la península, favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del nombre latino hispani a partir del "espagnol" o "espanyol" con el que ellos designaban a los cristianos de la antigua Hispania. Posteriormente, habría sido la labor de divulgación de las élites formadas las que promocionaron el uso de "español" y "españoles": la palabra españoles aparece veinticuatro veces en el cartulario de la catedral de Huesca, manuscrito de 1139-1221, mientras que en el capítulo Estoria de Espanna de la Crónica General redactada entre 1260 y 1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó exclusivamente el gentilicio espannoles, adaptación ya al castellano de entonces que progresivamente evolucionó hasta ser la lengua oficial de España.» [Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Espa%C3%B1a#Etimolog.C3.ADa]

Ver también: http://es.wikipedia.org/wiki/Origen_del_nombre_de_Hispania

Los castellanos, leoneses, aragoneses, etc., no poseían más nombre común que el de cristianos. Un fenómeno de esta naturaleza no aconteció en Europa fuera de la zona de los “reinos cristianos” de la Península. Fuera de la Península, el nombre cristiano no poseyó dimensión gentilicia y política.

«La conquista de las tierras musulmanas fue para los futuros españoles empresa tan lenta y compleja como la forma de un “nosotros” que los incluyera en una unidad de conciencia colectiva. Es significativo que el primer nombre en que se aunó la variedad de gentes que pululaban tras los nombres de lugar, fuese el de cristianos, usado como dimensión político-colectiva a finales del siglo IX: “Los cristianos [es decir, “nosotros”] combaten a diario contra los sarracenos”. Como los musulmanes poseían un nombre colectivo con dimensión religioso-política (hecho sin igual en occidente), sus enemigos se inyectaron en el nombre de su religión un sentido que el nombre “cristiano” no había poseído antes de ellos. El nombre común de los varios reinos en que estaba dividida la tierra de los futuros españoles, fue el de “reinos cristianos”. Las batallas de la Reconquista se daban entre “cristianos y moros”.

Como es bien sabido, español es una palabra extranjera, provenzal; su fonetismo coincide con el del catalán. De haber sido castellano, el nombre de los españoles habría sido españuelos. Es decir: que la falta de unidad de los españoles se funda en motivos sin conexión alguna con el iberismo; que no hay que sorprenderse del lento ritmo de la Reconquista; que la acción de los musulmanes fue profunda y durable. [...]

Ignoramos durante cuánto tiempo y con qué sentido habían estado llamándose cántabros, romanos o godos, quienes llaman a su tierra Castilla (Castella) en el siglo IX, y a ellos mismos “castellanos”. La pequeña región llamada en el siglo IX Castilla “aparece como una resurrección de la antigua Cantabria, extremo oriental de la provincia romana de Gallaecia” (R. Menéndez Pidal, Documentos lingüísticos, 1919, p. 2). La dimensión y la función de un “nosotros” no eran ya como las expresadas por los nombres cántabro, romano, godo o por cualquier otro anterior al de “castellanos”.

Sus vecinos, al occidente de Castilla, se llamaban “leoneses”; ambos pueblos se odiaban ferozmente todavía en los siglos XI y XII, cinco siglos después de iniciada la Reconquista. Poco a poco castellanos y leoneses fueron perdiendo conciencia de su dimensión política, y acabaron por sentirse españoles, es decir, se encontraron instalados en un plano más alto y más amplio de conciencia colectiva. Otros “nosotros”, en la Península Ibérica no se fundieron, en cambio, con el de los castellanos, ni en la misma época ni en el mismo grado que el “nosotros” leonés; por haber sido así, la realidad latente bajo el nombre “español” se hace a veces problemática y se manifiesta como “separatismos”.

Desde el siglo XIII hasta el XX, la expresión “nosotros los españoles” ha pasado por diferentes alternativas, por no haber sido siempre coincidentes el área de sus dimensiones político-geográficas y las de la conciencia y la subconsciencia de los varios “nosotros” llamados “españoles”.»

[Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. 73-76]

«Hace mucho llamé la atención sobre unas frases de Gonzalo Fernández de Oviedo, inadvertidas hasta entonces: “¿Quién concertará al vizcaíno y al catalán, que son tan diferentes provincias y lenguas? ¿Cómo se avernán el andaluz con el valenciano...?” Porque, si bien era evidente que cuantos iban a las Indias “eran vasallos de los reyes de España”, no había manera de armonizarlos en un buen acuerdo (Historia general y natural de las Indias, lib. II, cap. 13). Arribaron en cierta ocasión a las costas de Nueva España, unas gentes cuya identidad se ignoraba. Al preguntarles quiénes eran, respondieron: “Cristianos somos, y vasallos del Emperador don Carlos, y españoles” (ibídem, lib. XX, cap. 12). O sea, en primer lugar, cristianos; en segundo, vasallos de un monarca; y, final y no primariamente, españoles

[Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. 80-81]

«Los cristianos que más tarde se llamarían españoles estaban unidos en una misma creencia religiosa, pero políticamente separados (leoneses, castellanos, navarros, aragoneses). Todavía en el siglo XIII los leoneses no participaron en la batalla de las Navas (1212). Los visigodos del rey Leovigildo (siglo VI) habían combatido, por el contrario, unidos políticamente, a pesar de ser unos católicos y otros arrianos. Los éxitos militares de Leovigildo afirmaron la unidad de la monarquía visigótica.»

[Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. p. 79 n. 1]

«Durante siglos los hispanos vivieron como romanos (lo mismo que los galos, los vénetos, los oscos y los sículos); y en los siglos VI y VII estaban tratando de amoldarse al uniforme modo de vida visigoda, con menos dificultades que los otros pueblos romano-germánicos.»

[Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. p. 125]

«El enterramiento para los Reyes Católicos fue labrado por el florentino Domenico Fancelli, pero el epitafio sería redactado por quien tenía cabal conciencia del sentido dado por los españoles a la tenaz lucha de ocho siglos contra el Islam, coronada felizmente para los cristianos con la toma de Granada el 2 de enero de 1492. Pues bien, la sencilla y sobria inscripción reza así:

Mahometice secte prostratores

et heretice pervicacie extinctores

Fernandus Aragonum et Helisabetha Castelle

vir et vxor vnanimes

catholici appellati,

marmóreo clavdvntur hoc tvmvlo.

“Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, marido y mujer siempre concordes, llamados Católicos, yacen en este sepulcro de mármol. Derribaron el poder de la secta mahometana, y redujeron la obstinación de la herejía [judaica]”. En la Edad Media se creía que el mahometismo era una secta cristiana; y los judíos son mencionados en términos inquisitoriales, como la “herética pravedad”. El redactor del epitafio, en 1521 (o algo después), expresó ahí algo más que una opinión individual, interpretó el sentido del reinado de los Reyes Católicos cuando España comenzaba a ganar dimensiones imperiales, una grandeza imperial regida y monopolizada por la casta militar, la de los cristianos, sin necesidad ya de moros y judíos.» [A. Castro, o. c., p. 100-101]

«Sería inexplicable, sin la vecindad musulmana, el que los iniciadores de la Reconquista se hubiesen llamado a sí mismos cristianos, con dimensión nacional. El hecho de ser cristiano sirvió para denominar étnicamente a ningún otro pueblo occidental; esto se debió al ejemplo musulmán, visible durante siglo en la mayor parte de la Península. No se trata, por tanto, de ninguna “dualidad”, sino de una estructuralidad. El hecho de llamarse “cristianos” los reinos de España, los estructuró de forma oriental. España se hizo una nación “católicamente” española, caso único en Occidente.»

[Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. p. 243]

España, cristianos, españoles

Media un milenio entre las palabras ‘España’ y ‘español’

«En la lengua hablada se pronunciaba España, ya en el siglo III después de Cristo, lo que se escribía o leía Hispania por los cultos. El gentilicio que hoy se emplea en sistema con el topónimo España, español, no se usó con valor de tal, en un sentido indiscutible, hasta el siglo XIII por aquellos mismos que hoy se llaman así. La gente que a partir de dicho siglo usó el gentilicio español para diferenciarse de franceses e ingleses, tuvo antes como único denominador común el de cristianos.

La palabra español se singulariza por ser el único gentilicio castellano que termina en el sufijo –ol. Por el contrario, no infrecuente es el uso del sufijo –on en gentilicios (sajón, letón, lapón, etc.). Estos dos hechos conjugados hicieron suponer que español provenía de una base latina no documentada *hispanione (Díez, Menéndez Pidal). En el Poema de Fernán González se encuentra españón. La disimilación de –n final por la otra nasal, ñ, habría dado español. Pero esta disimilación quedaba excepcional frente a riñón, piñón, cañón, garañón, regañón, borgoñón, etc. Esto hizo pensar que el étimo de español sería otro, *hispaniolus. Pero esta voz hubiera dado *españuelo y, además, estaba compuesta de un sufijo (-olus) que normalmente da diminutivos (chicuelo, pañuelo, etc.). Se sospechó, entonces, que la voz podía ser de origen extranjero. Fue mérito del lingüista suizo Aebischer demostrar que ella se formó en la  lengua de oc, en la vecina Provenza, y desde allí pasó más tarde a la Península (Paul Aebischer: Estudios de toponimia y de lexicografía románicas. Barcelona: CSIC, 1948).

En efecto, en la lengua de oc, -olus da –ol y además este sufijo fue utilizado en ella para formar gentilicios: boussagol (de Boussagues), Cébenlo (de Cévennes). En la Occitania se encuentra documentado español desde fines del siglo XI, sea como antropónimo, sea como referencia étnica. Según Lapesa («Sobre el origen de la palabra ‘español’». Prólogo a la obra de A. Castro: Sobre el nombre y el quién de los españoles. Madrid: Taurus, 1973), los primeros en ser llamados hispanioli serían los hispano-godos refugiados en la Provenza para escapar de la invasión musulmana. Con el correr del tiempo, se afirmaría dicha denominación para los descendientes de tales refugiados y para toda la gente que proviniera de tras los Pirineos. Desde los primeros años del siglo XII está documentada esta voz en tierras de España como nombre propio y, aunque referido a una sola persona, como gentilicio en 1150, Lapesa afirma que este gentilicio entraría en la Península a raíz de la fuerte inmigración de “francos” ocurrida en ese siglo. Resulta así que español está documentado más de un siglo antes que españón, lo que lleva a pensar que esta voz proviene de una asimilación fónica de español motivada por la serie de gentilicios en –on (bretón, borgoñón). Se puede prescindir, por lo tanto, del étimo *hispanione propuesto para explicar la forma terminada en –on.

Berceo llamó a Santiago de Galicia “padrón de españoles” (VIda de San Millán, hacia 1230, copla 431). El poeta escribía muy cerca del camino de Santiago, transitado por una romería continuamente renovada de extranjeros. Entre éstos, numerosos eran “francos” del sur de las Galias. Este tránsito motivado por el Apóstol habría permitido la entrada en la Península, según Castro, del gentilicio español y su apropiación por parte de los habitantes de esas regiones.

Desde el siglo IX hasta el XI, e incluso posteriormente, el topónimo España (Spania) designaba las tierras de la Península sometidas al poder musulmán, Al-Andalus. Para nombrar a los habitantes de esta España musulmana se usaba el gentilicio espanesco, spanesco. Cuando a partir del siglo XIII comenzó a usarse la voz español para nombrar a las gentes cristianas, España pasó a significar la patria de estas gentes y no ya la patria de los musulmanes. Históricamente se había invertido la correlación de fuerzas. Cuando el poderío predominante y la mayor extensión geográfica de la Península hubo pasado al dominio de los pueblos del Norte, el topónimo España cambió también de significado. Las palabras, además de comunicas significados, aprisionan situaciones históricas y humanas.

¿Cómo se identificaban a sí mismas las gentes peninsulares en el momento de la invasión árabe? La respuesta no admite duda: se reconocían bajo el nombre de godos. ¿Cómo se llamaban aquéllos que iniciaron la “reconquista” de las tierras sometidas al poder musulmán? Hubo dos modos de designación empleados por ellos. No había un gentilicio común. Cuando importaba destacar el pueblo al cual se pertenecía, lo utilizado era alguno de los vocablos de una enumeración: gallegos, leoneses, asturianos, castellanos, aragoneses, navarros, catalanes. Cuando se trataba de una designación que los uniera, se empleaba la voz cristianos. Sólo a partir del siglo XIII, reitero, esta designación religiosa empieza a ser utilizada en alternancia o sinonimia con españoles. “Quienes combatieron y fueron derrotados en la batalla de Guadalete (711) se llamaban ‘godos’. Quienes a fines del siglo IX ya se oponían con éxito a la morisma, se llamaban a sí mismo cristianos” (A. Castro, Sobre el nombre y el quién de los españoles. Madrid: Taurus, 1973, p. 47)

¿Cómo fue posible que una palabra con significado religioso, cristianos, funcionara como gentilicio y cómo se explica que el que entró en concurrencia con ella a partir del siglo XIII, españoles, sea de origen extranjero?

El uso de una voz de significado religioso, cristianos, para designar un conglomerado de pueblos es un hecho único en el Occidente. El Cid y sus campeones se diferenciaban de los moros llamándose a sí mismos cristianos en el Cantar, mientras que en la Chanson de Roland, Carlomagno y sus paladines se reconocen como franceses. El cronista del monasterio de Albelda, en 880, denominaba ya cristianos a los que luchaban por recuperar la tierra invadida por los musulmanes. La situación de vida generada en la Península a partir de su invasión por la gente del Islam en 711, creó la condiciones para que los pueblos refugiados en el extremo norte comenzaran poco después a usar una designación extraída del mundo de la creencia para identificarse. Fue un proceso de toma de conciencia forzado por el enorme peligro en que se encontraban y, al mismo tiempo, un proceso de reflejo y de mimesis. Los invasores se cobijaban todos en la unidad de su creencia. Alah y Mahoma eran sus generalísimos en jefe, su último refugio. La antítesis ofrecida como postrer apoyo para los derrotados en 711 fueron Cristo y Santiago. Quienes bebían su fuerza en su calidad de creyentes en una única fe, los musulmanes, causaron la aglutinación de las gentes dispersas del norte en la creencia única valedera para ellos y, sumados todos, sintieron poseer como su más poderoso denominador común su calidad de cristianos. “La prolongada necesidad de coincidir en la misma clase de enérgicas tareas creó un común horizonte de vida para los pueblos de las futuras y diferenciadas Españas. Los musulmanes se caracterizaban por estar animados y sostenidos por una creencia religiosa, un fenómeno enteramente nuevo en Occidente. Para quienes combatían contra ellos, años tras año, siglo tras siglo, la creencia también acabó por constituir la raya última de su horizonte vital” (A. Castro: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. 89). [...]

El paso del tiempo “españolizó” el gentilicio español. Cuando llegados a la isla de Santo Domingo, los descubridores la denominaban Española, se sienten aunados en una colectividad nacional. Así como España ‘tierra de musulmanes, espanescos’ se transformó en España ‘tierra de cristianos’, por el esfuerzo común de los reinos del norte de la Península, así también español ‘habitante tras los Pirineos’ vino a significar ‘habitante de una nación, España, con identidad y metas colectivas’. Dentro de estas metas, estuvo, con las deficiencias que se quieran pero con una indudable grandiosidad, la de crear un imperio y descubrir un Nuevo Mundo.»

[Araya, Guillermo: “Lexicografía e historia de la visión de España de Américo Castro”. En: Homenaje a Américo Castro. Madrid: Universidad Complutense, 1987, pp. 41-46]

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