Escándalo - Significado y etimología

© Justo Fernández López www.hispanoteca.eu

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Significado y etimología de otra palabra muy actual: escándalo.

La palabra escándalo viene del latín scandalum, del griego  scándalon (σκάνδαλον) que etimológicamente significaba una especie de cepo, lazo o trampa para cazar animales, derivado del griego skandálethron, mecanismo de desenganche o dispositivo de lanzamiento de un artefacto que sirve para cazar animales mediante un dispositivo que se cierra aprisionando al animal cuando este lo toca. La voz griega pertenece a la familia del verbo latino scandere (‘alzarse’, ‘elevarse’, ‘subir’, ‘montar’, ‘escalar’ –escala) y significa propiamente ‘aparato lanzador’.

Más tarde pasó a significar lo que repele, es decir, la conducta que hace daño, engaña, decepciona y repele a quien la contempla. La conducta escandalosa hacer perder la confianza en la persona. Es una acción o situación que se considera intolerable y provoca indignación.

Dejando a un lado el primer sentido moral como acción o palabra que invita a la mala obra, la palabra escándalo también significa escandalera, tumulto, desenfreno y alboroto, expresa la bulla producida por una multitud.

El escándalo es un concepto central del Viejo Testamento y se emplea para designar el mal que seduce al hombre a alejarse de Dios. Este concepto se empleaba para mantener unida moralmente la comunidad en su fidelidad a Dios. Entre los primeros cristianos se empleó esta palabra para mantener la integridad de la fe en Cristo. El que no se aceptaba las reglas se había decidido por la falsa vía del Skandalon, se había desviado de la verdadera fe.

Ser piedra de escándalo significa ser origen o motivo de escándalo. El escándalo es una acción o palabra que es causa de que alguien obre mal o piense mal de otra persona. Otros significados: Alboroto, tumulto, ruido; desenfreno, desvergüenza, mal ejemplo; asombro, pasmo, admiración.

Escándalo activo: Dicho o hecho reprensible que es ocasión de daño y ruina espiritual del prójimo.

Escándalo pasivo: Ruina espiritual o pecado en que cae el prójimo por ocasión del dicho o hecho de otro.

Citas

 

«ESCÁNDALO

1374, lat. scandalum. Tomado del griego skándalon íd., propiamente ‘trampa u obstáculo para hacer caer’.

DERIVADOS:

Escandaloso, 2° cuanto S. XV;

Escandalosa ‘vela pequeña que, en buenos tiempos, se orienta sobre la cangreja’, 1831 (quizá por el ruido que mete con ella un viento fresco);

Escandalera, Escandalizar, 1251».

[Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos, 1967]

 

«En la primera carta a los Corintios (1 C 1, 22-23) se plantea San Pablo por vez primera en la historia del Cristianismo el problema de la credibilidad interna. San Pablo nos dice: “los judíos piden signos (σημεῖα ατοσιν) y los griegos buscan sabiduría (σοφίαν ζητοσιν). Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo (σκάνδαλον) para los judíos, para los paganos una locura (μωραν); pero para los llamados a la fe en Cristo, lo mismo judíos que griegos, es Cristo la fuerza misma de Dios (θεοδναμις) y su sabiduría”. Es curioso que san Pablo se vea obligado, al comienzo de su actividad apostólica, a enfrentarse con esto. Basta leerlo para comprender que es la primera vez y la primera forma en que el problema de la credibilidad cruza por la mente de este apóstol. [...]

Según san Pablo, los judíos piden signos (σημεῖα), esto es, algo que conduzca a la adhesión personal: ciertos signos en virtud de los cuales uno puede adherirse personalmente a aquel que ofrece los signos. El signo era el motivo de credibilidad del judío. La historia de Israel está llena de signos. [...] Los signos se imponen por sí mismos. [...] Pero Cristo no quiso que el signo tuviese este carácter de imposición. Quería que el signo tuviese un carácter completamente distinto, el carácter de una invitación moral a una adhesión personal a él. De ahí que san Pablo se encuentre en la situación de tener que explicar lo que es un signo como motivo de credibilidad para predicar precisamente a Cristo entre los judíos.

Pero también los griegos. Y de los griegos no dice que “piden” (ατοσιν), sino que “buscan” (ζητοσιν). Buscan sabiduría (σοφία). Se trata de un vocablo que tenía larga tradición en Grecia y que finalmente, en la época de san Pablo, sobre todo en manos del estoicismo, había cobrado precisamente el carácter de un saber racional fundado en el noûs (νοῦς), en el que se descubre y se contempla la Ley universal que rige el universo con carácter absoluto: su lógos (λόγος). Es una doctrina “fundada en razón”.

Frente a esto, san Pablo se niega a esos signos y a esa sabiduría. Nos dice que no predica sino a Cristo crucificado. ¿Ni signos ni sabiduría? En el fondo, es una cosa distinta. Es “otro” tipo de signos y “otro” tipo de sabiduría. Y esta es la cuestión. Se trata de otro tipo de signos, que es lo que determina el escándalo de los judíos.

El escándalo para los judíos. San Pablo nos dice que la figura de Cristo que él predica es un escándalo para los judíos. El scándalon (σκάνδαλον) etimológicamente significaba una especie de cepo donde se pescaba a un animal; luego significó algo que repele, y en este caso una conducta que hace daño y que repele a aquel que la contempla. Ahora bien, en este sentido el escándalo apunto a una situación de contacto personal. En definitiva, los judíos han visto en la religión (como todo el mundo oriental, que ha tenido el genio de la religión) una concreción personal: el contacto de persona a persona, que se va prolongando a lo largo de la historia. No se trata de razones abstractas que el entendimiento pueda percibir y, convencido por ellas, pueda llegar a aceptar unas ciertas opiniones. No; se trata de una fuerza de arrastre persona, por contacto de unos a otros, de amistad, de beneficencia, etc. [...]

Los Evangelios no dan una crónica, sino el sentido teologal que tiene ese relato de la vida de Cristo. Son una exposición de algunas acciones de Cristo vistas desde la fe posterior a Pentecostés. Sería quimérico querer escindir punto por punto lo que hay de sentido teologal y lo que hay de crónica histórica. Pero qué duda cabe que un factor no anula ni puede anular el otro.

Ahora bien, a eso es a lo que precisamente se dirigía el judío cuando pedía un signo. Y frente a ello la apelación a Cristo (dice san Pablo) constituye un escándalo. ¿Por qué? porque Cristo se presenta como Mesías. Y la palabra “Mesías” tenía una historia de un par de siglos al menos en Israel. La figura del Mesías era muy turbia. Por un lado era el rey ideal, descendiente de David. Por otro lado, un personaje transcendente: un hombre que venía del otro mundo, un “Hijo de Hombre” (Dn 7, 13). Por otro lado significaba algo que no tuvo nunca mucha vigencia en Israel, pero que sin embargo está allí, en el libro de Isaías: el siervo doliente y paciente que expía los pecados de Israel (cf. Is 42, 1-9; 49; 1-7; 50; 4-11; 52, 13-53, 12). Esta idea compleja del Mesías se encuentra en la mente judía en la apelación primaria con que Cristo se presenta al pueblo de Israel. Ahora bien, este Mesías que se presenta así ante el pueblo de Israel, que pide signos, dice a Israel: “Una generación mala y adúltera reclama un signo, y no se le dará más signo que el signo del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches” (M 12, 39-40). Naturalmente, este Cristo que así va a la muerte constituye un escándalo. Es la ruina del triple concepto que los judíos tenían del Mesías.

Los judíos pedían un signo. Pero todo de depende de cuál sea la índole del signo que se pida a Cristo. Por esto san Pablo no rechaza la idea del escándalo, sino que la acepta positivamente. En el fondo, no quiere decir que no tuvieran razón, sino que había una razón mas latente y suburbicaria, que es de nueva índole y un nuevo signo: el escándalo mismo.

La locura para los griegos. En Grecia la historia del espíritu humano es completamente distinta. No es una historia en que las confianzas personales se van entreverando. La gran creación de Grecia ha sido precisamente la sabiduría, la σοφία. La sabiduría oriental era una jåkmah (חכמה), una inteligencia; no la fuerza de la razón como en Grecia. Para los griegos se trataba de una inteligencia que no solamente era teorética, sino que además era de carácter rector. [...] El sabio es, ante todo y sobre todo, todavía en tiempo de Platón y de Aristóteles, un theorós (θεωρός): alguien que en los juegos públicos contempla si están cumplidas las reglas. Esta idea de la sabiduría condujo, en tiempo de san Pablo, al ideal estoico del sabio. [...]

Ahora bien, san Pablo dice que los griegos encontraban locura (μωρα) esta realidad personal que él predice en Cristo. ¿En qué consistía la locura? El escándalo estaba en otro punto. Es que el griego con su concepto de la razón y con su concepto de la realidad busca la necesidad infalible e inexorable con que las razones absolutas perforan y estructuran el universo. En cambio, frente a eso, ¿qué es lo que ofrece un judío, sea cristiano o no lo sea? Justamente unas confianzas personales. Y esto es lo que el griego no podía tolerar. No podía admitir que la razón absoluta estuviere pendiente de unos acontecimientos perfectamente contingentes a lo largo de la historia. De ahí que estimaran locura la predicación de san Pablo: la locura de sustituir la razón por la historia. El griego no tuvo nunca sentido de la historia. Tuvo sentido para contar los cuentos, para el relato. Pero lo que se llama hoy la historia misma como trama de las acciones y de los individuos humanos tuvo muy poco lugar, si tuvo alguno, en la mente de los griegos. Ni idea de la persona ni idea de la historicidad intrínseca tuvo lugar nunca dentro de la razón griega. Al contrario, para la razón griega eso precisamente era una locura. La sabiduría en este sentido era para un griego algo respecto de lo cual todo lo que los israelitas pudieran decirles eran justamente μωρα: una locura». [Zubiri, Xavier: El problema teologal del hombre: Cristianismo. Madrid: Alianza Editorial, 1999, p. 48-54]