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Conquista de la Península Ibérica por Roma

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

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Conquista y romanización de la Península Ibérica

Hispania fue uno de los escenarios de las pugnas mantenidas entre Roma y Cartago, concretamente de la segunda de las Guerras Púnicas (218-201 a.C.), y de las luchas internas durante la República de Roma e incluso durante el Imperio.

La propia conquista romana de Hispania estuvo relacionada con ambos procesos, y comenzó en el 218 a.C., con el desembarco romano en la helenizada Ampurias, para darse por acabada (de forma incompleta, no obstante) con las llamadas Guerras Cántabras (29-19 a.C.).

La conquista y romanización de la Península Ibérica fue un proceso que duró siete siglos e influyó definitivamente en la historia hispana: todas las lenguas peninsulares (excepto el euskera), las formas de vida, las bases del Derecho y de la organización social, la red de comunicaciones, etc., se deben directa o indirectamente, al influjo del mundo y de la cultura romana en la Península.

Varios factores han influido en la conquista y romanización de Hispania:

a) Factores geopolíticos, por ser la Península lugar de encuentro y choque entre las dos grandes potencias en el Mediterráneo: Cartago y Roma (Tratado del Ebro del 226 a.C. y la Toma de Sagunto por Aníbal en el 219 a.C.

b) Factores económicos, dado el interés por los recursos de todo tipo que ofrecía Hispania (soldados mercenarios, recursos mineros y agrícolas, etc.). Estos factores económicos fueron un aliciente para el expansionismo romano.

c) Factores de desarrollo interior, pues las áreas de Levante y sur de la Península, territorio de la cultura ibérica, estaban muy desarrolladas económica y culturalmente tras la colonización fenicia y griega. Este fue el motivo por el cual sus grupos dirigentes estaban más dispuestos a la asociación con Roma como potencia hegemónica de aquella época.

Etapas y modalidades de la conquista romana

La conquista de la Península Ibérica por Roma tuvo lugar en tres etapas, que comprenden el periodo que va del año 218 a.C., fecha del desembarco de los romanos en Ampurias hasta el año 19 a.C., cuando los romanos se adueñaron de los últimos territorios rebeldes del norte peninsular.

Primera etapa

 

La Segunda Guerra Púnica (218-206 a.C.)

La primera etapa fue consecuencia de la rivalidad política y económica entre Roma y Cartago y su lucha por el dominio del Mediterráneo Occidental. La primera confrontación con los cartagineses se llevó a cabo en la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.) por la conquista de Sicilia y Córcega. Cartago controlaba parte de Sicilia. Un grupo de mercenarios de Campania estaban cercados en la ciudad siciliana de Messina, solicitaron ayuda a Roma, que respondió con la intención de expulsar a los cartagineses de la isla. El conflicto terminó en el 241 a.C. con una batalla naval en la que los romanos tomaron Sicilia y en el 237 a.C. conquistaron Cerdeña y Córcega, hasta entonces en poder de los cartagineses.

Los romanos impusieron a los cartagineses un desorbitado pago de impuestos por los gastos ocasionados por la guerra. Para compensar la pérdida de Sicilia y recabar el dinero impuesto por los romanos tras la pérdida de la Primera Guerra Púnica, Cartago orientó su expansión hacia la Península Ibérica, conquistándola entre los años 237 y 238 a.C., bajo la dirección de los Barca: Amílcar ocupó Gadir (Cádiz), Asdrúbal fundó Cartago Nova (Cartagena) y Aníbal penetró hasta el centro peninsular.

Los romanos desembarcan en Ampurias en el 218 a.C. para cortar el paso del general cartaginés Aníbal que se dirigía con su ejército a Italia cruzando los Alpes. Comienza así la Segunda Guerra Púnica (218-206 a.C.). Los romanos cruzan el Ebro y toman Sagunto. Con el apoyo de los indígenas derrotan a los cartagineses en la Bética (210 a.C.), toman Cartago Nova (Cartagena) e incorporan Gadir (Cádiz). De esta manera, los romanos dominan gran parte del sur y del este peninsular.

Los romanos cometen grandes abusos en la administración del territorio conquistado, lo que provoca la rebelión de muchos pueblos ibéricos: revuelta de los turdetanos del valle del Guadalquivir (herederos de Tartessos), levantamiento de los ilergetes con Indíbil y Mandonio en Lleida (Lérida). La conquista de esta zona se prolongó durante decenios.

Guerras celtibéricas (181-133 a.C.) y lusitanas (154-137 a.C.)

La penetración romana hacia el interior peninsular provocó una feroz resistencia, sobre todo en Lusitania (parte del actual Portugal) y en Celtiberia (actual provincia de Soria). Tras la incursión de los lusitanos en las ricas tierras del sur de la Península, Galba, pretor de la Hispania Ulterior, los atacó en los confines de las actuales Andalucía y Extremadura, pero fue derrotado. En la primavera de 150 a. C., Galba entró nuevamente en la Lusitania y asoló el país. Los lusitanos le reclamaron la violación del tratado hecho con Atilio. Galba les prometió tierras si entregaban las armas. Los lusitanos accedieron, pero fueron traicionados por Galba que mandó acuchillar a 9.000 y a otros 20.000 los vendió como esclavos en las Galias (150. a.C.). Unos pocos lograron escapar, y entre ellos estaba Viriato, que años después tomaría venganza de esta traición romana.

En la zona del Ebro, la romanización avanzó gracias a pactos y federaciones que fueron respetados por los naturales de la región.

Las guerras celtibéricas tuvieron una larga duración por el apoyo que los vacceos prestaron a los numantinos. El cónsul Escipión Emiliano acabó con la resistencia de los celtíberos tras la toma de Numancia en el 133 a.C. y ocupó todos los territorios peninsulares hasta la cordillera Cantábrica. Más tarde, los romanos ocuparon las Islas Baleares (123. a.C.). Toma ocupaba así todo el territorio peninsular, excepto las regiones del norte.

Segunda etapa

 

Durante los conflictos internos de la República romana, en la lucha entre Mario y Sila (82-72 a.C.), las poblaciones de la Península Ibérica intervinieron en apoyo de uno u otro bando, como fue el caso en la guerra entre César y Pompeyo, cuyo escenario fue el sur de la Península Ibérica. En el 45 a.C. tuvo lugar la batalla de Munda (ubicación discutida dentro de la Bética) con la victoria de los ejércitos de Julio César sobre los de Pompeyo al mando de Tito Labieno. Esa fue la última batalla de la Segunda Guerra Civil Romana. Tras esta sangrienta victoria y la muerte de los líderes pompeyanos, César pudo regresar a Roma y ser investido con la dictadura perpetua.

Tercera etapa

 

Las guerras astur-cántabras (29-19 a.C.)

Los pueblos del norte peninsular, los cántabros y satures, se resistieron durante años a la ocupación romana. Las guerras astur-cántabras fueron de una gran dureza y no concluyeron hasta que el primer emperador Augusto (27-25 a.C.) logró someter a cántabros y astures, último reducto de la resistencia contra los romanos.

La derrota de los pueblos del norte peninsular fue seguida de una fuerte represión y la destrucción de sus fortificaciones. Para evitar nuevas rebeliones, los romanos dejaron legiones permanentes instaladas en campamentos, que luego constituyeron núcleos urbanos, como la Legio VII (actual León) y Astúrica Augusta (actual Astorga).

primer gobierno romano en Hispania

Tras la expulsión de los cartagineses de la Península Ibérica y el fin de la Segunda Guerra Púnica (202 a.C.), Roma tiene vía libre para expandirse por la Península Ibérica. Iberia pasa ahora a ser Hispania para los romanos.

En el 218 a.C., fecha en la que las legiones romanas dirigidas por Cneo Escipión desembarcan en la Península Ibérica con la intención de destruir la retaguardia de Aníbal, se inicia dos siglos de encarnizada lucha entre romanos e Hispani hasta la completa anexión del territorio peninsular.

Con el clan de los Escipiones comienza la presencia romana en la Península Ibérica. El más importante de toda la familia fue Publio Cornelio Escipión, apodado «el Africano» tras su resonante victoria en Zama contra los cartagineses en el año 202 a.C. 

Otro Escipión, Publio Cornelio Escipión Emiliano, se haría célebre por la total destrucción de Cartago, poniendo fin a la Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.). Más tarde sería el general que logró quebrar la heroica resistencia de Numancia.

En el 197 a.C., los romanos dividen Hispania en dos provincias: la Citerior (por su cercanía con Italia) y la ulterior (por ser los territorios más alejados con respecto a Roma). La Citerior comprendía el territorio al norte del Ebro, que no llegaba por el interior más que a Zaragoza; la Ulterior se extendía por el valle del Guadalquivir. Ambas zonas estaban unidas por la faja costera, apoyada en las plazas de Sagunto, Denia, Alicante y Cartagena. El río Iber y el río Betis marcaban el origen de estas primeras provincias romanas en Hispania.

Entre el 206 y el 197 a.C. las provincias estuvieron regidas por procónsules romanos elegidos de forma improvisada. Pero en 197 a.C. Roma concedió estado oficial a las dos provincias hispanas y estableció la forma de gobierno. Los nombramientos estarían regulados por Roma: los cargos no serían duraderos, sino elegidos anualmente para evitar que los militares enviados a Hispania se convirtieran en caudillos que solo buscaban el enriquecimiento propio. Los primeros pretores contaron con una milicia insuficiente para hacer frente a las rebeliones indígenas. Roma tuvo que enviar un ejército de refresco.

Cada una de las ciudades iberas fueron negociando su adhesión a los nuevos conquistadores. Roma clasificaba las ciudades iberas según la cercanía o alejamiento del gobierno romano: las oppida foederata, que habían demostrado fidelidad a los romanos, recibían un trato especial en cuanto a los impuestos; las libera, que habían prestado en algún momento algún servicio a Roma, eran tratadas como amigas; las stipendiaria, ciudades que habían ofrecido más resistencia a la conquista romana, habiendo sido doblegadas por la fuerza militar, fueron tratadas con mano dura y sometidas al pago de impuestos abusivos.

Pero los habitantes de las ciudades sometidas por la fuerza no eran casi nunca súbditos tributarios: Cuando ofrecían resistencia y eran derrotados eran vendidos como esclavos. Cuando se sometían antes de su derrota total, eran incluidos como ciudadanos de su ciudad pero sin derecho de ciudadanía romana. Cuando las ciudades se sometían libremente, los habitantes tenían la condición de ciudadanos, y la ciudad conservaba su autonomía municipal y a veces la exención de impuestos.

La mayor parte de las ciudades hispanas había conservado un cierto grado de autonomía, pero estaban obligadas a pagar un tributo o estipendio fijo. Las ciudades voluntariamente asociadas a Roma no siempre se libraban del pago de tributos. Los pactos por los que una ciudad había aceptado el dominio de Roma frecuentemente no se cumplían. En estos casos las ciudades enviaban embajadas a la urbe con objeto de renegociar los términos del convenio. La negativa de los romanos a negociar mejores condiciones llevó a levantamientos y rebeliones de los nativos en muchas zonas.

Los procónsules (llamados también pretores), gobernadores provinciales, tenían la costumbre de enriquecerse durante el periodo de su gobierno. Los regalos obligados y los abusos eran norma general. Los pretores imponían suministros de granos a precios bajos, para sus necesidades y las de los funcionarios y familiares, y a veces también para los soldados.

Los nativos se quejaron ante el Senado romano, mediante embajadas de provinciales hispanos. El Senado romano reaccionó y, en 171 a.C., emitió leyes de control: Los tributos no podrían recaudarse mediante requisas militares; los pagos en cereales eran admisibles pero los pretores no podrían recoger más de un quinto de la cosecha; se prohibía al pretor fijar por sí solo el valor en tasa de los granos; se limitaban las peticiones para sufragar las fiestas populares de Roma; y se mantenía la aportación de contingentes para el ejército. Pero rara vez algún procónsul fue juzgado por los abusos cometidos.

Primeros levantamientos contra los romanos

Los caudillos ilergetes pasaron en pocos años de aliados de los cartagineses a aliados de Roma y a levantarse contra el nuevo aliado. Entre los líderes peninsulares, los jefes ilergetes Indíbil y su hermano menor Mandonio controlaban una confederación importante de pueblos al norte del Ebro, la región donde Roma tenía sus principales bases de operaciones.

En el año 205 a.C., esta confederación de tribus armó un ejército, que al mando de Indíbil y Mandonio se enfrentaron a las legiones romanas en los campos de los sedetanos (Zaragoza). Los ejércitos autóctonos fueron derrotados por los romanos, que no aceptaron ninguna alianza y ejercieron una brutal represión, ejecutando a los jefes rebeldes. Roma quería con ello aplicar un castigo ejemplar como advertencia a todo intento de rebelión por parte de las tribus iberas. Quedaba así claro que las provincias hispanas quedaban incorporadas a Roma y las decisiones sobre su gobierno y explotación las tomaba el Senado romano, sin admitir negociaciones con las tribus sometidas. Roma no mostró interés alguno por comprender los parámetros mentales con que los líderes ilergetes y su pueblo concebían guerra y paz, alianzas y lealtades.

La situación en Hispania era cada vez más convulsa. Los pretores tenían que enfrentarse con sus escasos recursos militares a los ataques de los ejércitos de los nativos. Era una guerra permanente contra los romanos. Después de terminada la segunda guerra macedónica, Roma intensificó su actividad en Hispania.

En 195 a.C. en los comicios anuales para la elección de dirigentes políticos, fue elegido como cónsul Marco Porcio Catón, llamado Catón el Viejo (234-149 a.C.). En su juventud se había distinguido como enemigo de la cultura griega porque consideraba que debilitaba a los romanos. Luchó contra la inmoralidad y la lujuria de la vida romana y usó los privilegios de su cargo para privar al Senado de todos los que consideró indignos, lo que le valió del sobrenombre de El Censor.

Entre el 197-195 a. C. tuvo lugar una rebelión de los pueblos iberos de las provincias Citerior y Ulterior. Ante la imposibilidad de varios pretores romanos de controlar la situación, Roma tuvo que enviar en 195 a. C. al cónsul Marco Porcio Catón al mando de un ejército consular a reprimir la revuelta. El hecho de que Roma enviara a un cónsul significaba que Hispania era ya considerada por Roma como provincia consular, al igual que la Península Itálica. La provincia Citerior se encontraba en rebeldía, con las fuerzas romanas controlando solo algunas ciudades fortificadas. 

Catón se dirigió hacia la península ibérica, desembarcó en Rhode y sofocó la rebelión de los hispanos que ocupaban la plaza. Luego se trasladó con su ejército a Emporion (Ampurias), donde se libraría la mayor batalla de la contienda, contra un ejército indígena ampliamente superior en número. Después de una larga y difícil batalla, el cónsul consiguió una victoria total. Después de la gran victoria de Catón, las fuerzas hispanas quedaron diezmadas y la provincia Citerior quedó de nuevo bajo control de Roma.

La provincia Ulterior seguía fuera del centro romano y el Catón tuvo de dirigirse hacia la Turdetania para apoyar a los pretores Publio Manlio y Apio Claudio Nerón. Intentó establecer una alianza con los celtíberos, que actuaban como mercenarios pagados por los turdetanos y cuyos servicios necesitaba, pero no logró convencerles. Tras una demostración de fuerza, pasando con las legiones romanas por el territorio celtíbero, les convenció para que volvieran a sus tierras. Los celtíberos se sometieron en apariencia, para volver a rebelarse cuando Catón salía para Roma. Catón tuvo de intervenir de nuevo, venciendo a los sublevados definitivamente en la batalla de Bergium. Finalmente, Catón vendió a los cautivos como esclavos y los indígenas de la provincia fueron desarmados. La gestión de Marco Parcio Catón en Hispania fue muy eficaz desde el punto de vista militar, que reportó pingües beneficios a Roma. Catón regresó a Roma en el 193 a.C. con un enorme botín procedente sobre todo de la venta de los sometidos. Catón no se quedó con nada, siguiendo su concepción estoica de la vida austera y su odio al lujo y a la molicie.

La crueldad y el despiadado modo de tratar a las tribus nativas de que hizo gala Catón el Viejo marcaron la futura actuación de Roma en Hispania. Durante cincuenta años, Hispania estuvo sometida a un absoluto control romano por la presión de las armas y a una explotación intensiva de sus recursos minerales por parte de los romanos. Las dos provincias romanas, Citerior y Ulterior, quedaron pacificadas. Después de la intervención de Catón, Roma tenía vía libre para su expansión por el interior peninsular.

Todo hacía pensar que la expansión romana por el interior de Hispania sería fácil, pero Roma se encontró con la belicosa resistencia de las tribus autóctonas. Los Celtíberos y los lusitanos combatieron con bravura en defensa de su libertad. Roma se vio involucrada en una nueva guerra. La política de rodillo de Catón dejó a muchas tribus desarmadas y humilladas. Pronto volverían los intentos de rebelión contra los romanos.

Junto a su labor militar, Catón llevó a cabo una hábil actividad política que le permitió negociar con la mayor parte de las ciudades del sur la demolición de sus murallas. Los sucesores de Catón continuaron la labor de internamiento entre los pueblos carpetanos y oretanos de la Meseta.

La resistencia de la zona interior se hallaba en plena efervescencia, por lo que Roma tuvo que enviar a un hombre enérgico, hábil e inteligente: Tiberio Sempronio Graco, que fue elegido pretor de la provincia Citerior. Graco recorrió victorioso la Bética, la Carpetania y la Celtiberia. Ofrecía pactos de amistad con múltiples poblaciones, ofreciéndoles la protección del ejército romano a cambio de hombres y dinero, aunque también les exigía no levantar nuevas murallas, siguiendo la táctica de Catón.

Salvo los belicosos pueblos de las montañas cántabras y los poblados lusitanos, el resto de Hispania fue aceptando la ley de la conquista. La conquista romana se hubiera podido consolidad de manera pacífica y paulatina de no haber mediado la serie de injusticias, exacciones y nuevos tributos con los que los sucesores de Graco sometieron a las tribus ibéricas. Roma sometió a las provincias hispanas a una explotación cada vez más exigente de los productos autóctonos.

Esta política romana fue creando un malestar y una inestabilidad creciente, en especial entre los pueblos belicosos del interior (celtíberos y lusitanos). La paz establecida por Graco se mantuvo a duras penas hasta mediados del siglo II a.C., momento en el que la guerra se generalizó: los celtíberos y lusitanos, junto con una coalición de pueblos de la Meseta se levantaron contra el poder de Roma.

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